domingo, 27 de abril de 2014

Un recorrido autoguiado por obras de Francisco Salamone










A continuación un primer itinerario para poder ver obras de Francisco Salamone, viajando en automóvil. He tomado como punto de partida la Ciudad de Buenos Aires. Conviene dentro de lo posible elegir días hábiles, puesto que los edificios municipales están generalmente cerrados en los días inhábiles, por lo que en fines de semana sólo se podrán ver por fuera. La S entre paréntesis indica que se trata de una obra diseñada y construída por Salamone.

Día 1
Saliendo desde Buenos Aires a las 8 tomar por la autopista 25 de Mayo, su continuación autopista Richieri, luego desviar a la autopista Ezeiza-Cañuelas y en la rotonda tomar la ruta 3 en dirección a San Miguel del Monte.
Continuar hasta Azul (aprox. 300 km.), donde se llegará cerca del mediodía. En la YPF del Automóvil Club Argentino, que está unos 200 m. después de pasar la rotonda de Azul con el Cristo de la Ruta, desviar hacia la izquierda por el camino que está al costado de dicha estación de servicio. Allí a unos pocos kilómetros está el antiguo matadero, obra de Salamone.
Retornar al mismo punto y esta vez girar hacia la derecha, tomar la rotonda hacia la izquierda y conducir por av. Mitre hasta la calle Colón (3 km.) y luego doblar dos cuadras hacia la izquierda por calle Colón.
Azul
Visitar:
-Plaza General San Martín, con solado, farolas y monumento (S).
-Frente a la plaza no puede dejar de conocerse otros edificios interesantes de la ciudad: el Teatro Español, la Catedral neogótica, el Palacio Municipal.
-A una cuadra de la plaza, detrás de la catedral, recorrer la calle Bolívar que en cuatro cuadras tiene un conjunto de viviendas de extraordinario interés y de variados estilos.
-Columnas de entrada al Parque Municipal (S).
-El pórtico del Cementerio (S).
-El interior del Cementerio.
-El ex matadero municipal (S) a unos 3 km. hacia el este saliendo por el costado de la YPF del Automóvil Club, que ya habremos visitado.
Se puede almorzar bien en el Gran Hotel Azul.
En el mismo día se puede ir hasta Chillar, a 55 km. de Azul por la ruta 3 y 40 m. de viaje.

Otra alternativa es ir hasta Rauch (mas o menos tres horas en total en auto desde Azul ida y vuelta).

Rauch
-Imponente palacio municipal que justificará bien nuestro viaje

Chillar
-Delegación municipal (S).
-Ex matadero (S).
-Vale la pena conocer el interior y exterior de la Iglesia.

Retornar por ruta 3 para pernoctar. Sugiero hacerlo en Olavarría para no desandar mucho camino.

Dia 2
Partiendo por la mañana tomar desde Olavarría la ruta 226 y su continuación la ruta provincial 76 (ex 51) y hacer 85 km. hasta una rotonda de la ruta 86 y girar hacia la izquierda 25 km. por esta ruta hasta llegar a

Laprida
-Palacio Municipal (S). Ubicado en la misma calle de acceso, frente a la plaza principal.
-Mobiliario del Concejo Deliberante (S).
-Mástil-fuente-macetero, farolas y bancos de la plaza (S).
-Portal del Cementerio (S) a unos 2 y 1/2 km. por la misma calle de acceso.
-Matadero (S) a 2 km. pasando el Cementerio.

Luego retornar a la ruta 86 y desandar los 25 km. hasta el cruce con la ruta 76 (ex 51) y tomar esta hacia la izquierda 80 km. hasta llegar a

Coronel Pringles
-Palacio Municipal (S) ubicado en medio de la plaza a la que se accede por el bulevar de entrada.
-Mobiliario y luminarias (S) del Palacio Municipal.
-Plaza, fuentes, farolas, pérgolas, maceteros, bancos y solado que circundan el Palacio.
-ex Matadero Municipal (S), a unos 3 km. del centro por calle de tierra
.
-Cruz y Cristo del Cementerio (S).

A esta hora se habrá hecho de noche, por lo que conviene pernoctar en Coronel Pringles.

Día 3
Saliendo por la mañana, hacer 45 km. hacia el sur por ruta 51 hasta el cruce con la ruta 72. Doblar a la derecha por esta ruta y hacer unos 24 km. hasta

Saldungaray
-Portal del Cementerio (S).
-Mobiliario de plazas (S).
-Delegación municipal (S).
Hay mas obras por las que conviene preguntar en la delegación municipal.

Volver a la ruta 72, doblar a la izquierda y hacer unos 25 km. hasta encontrar la ruta 76. En esta ruta girar hacia la izquierda unos 40 km. hasta llegar a

Tornquist
-Palacio Municipal
-Farolas, bancos y maceteros de la plaza.


Se te habrá hecho cerca del medio día, de manera que podés almorzar en Tornquist, por ejemplo en el restaurant El Sur, en Independencia 339, y luego podés seguir derecho hasta la salida de la ciudad y buscar la ruta provincial 76, donde girarás a la izquierda hasta encontrar la ruta nacional Nº 33. En la 33 girás a la derecha y tendrás unas buenas dos o tres horas de excelente ruta hasta tu destino, que es


Dia 4
Carhue
Para no hacer kilómetros de más, tomá la ruta que sale a la izquierda despues de Pigue. Pero si querés buen camino seguí por la 33 hasta encontrar la ruta provincial 60 y girá a la izquierda. Son unos 146 km. desde Tornquist a Carhue.


En Carhue podrás ver
-Palacio Municipal (S)

-Plaza en parte de Salamone.
-Laguna Epecuen. Dentro de la laguna se divisa a lo lejos un matadero hecho por Salamone. Conviene llevar prismáticos porque la laguna en sí es digna de verse.

-Vista de la torre municipal desde el campo tomando unos diez kilómetros por la ruta 60 hacia La Pampa.
-Visita a las ruinas de la población turística de Epecuén.


Carhué tiene todas las comodidades como para quedarte un par de días, caminar, nadar en piletas termalizadas de agua salada, ensuciarte con barros supuestamente curativos, avistar aves, etc.


Cuando decidas volver a Buenos Aires, tomá nuevamente la ruta 60 y entrá en una media hora en la ciudad de


Dia 5
Guaminí
Aquí en tu recorrido salamonero podrás admirar
-Palacio Municipal (S)

-Fuente ornamental (S)
-ex Matadero (S)

-Laguna del Monte e Isla

Si saliste a la mañana, al mediodía ya podrás de nuevo estar en la ruta 33, tomándola hacia la izquierda. Poco después de atravesar la bellísima confluencia entre las lagunas del Monte y Cochicó, a la izquierda tomarás la ruta 85 unos cuarenta minutos cuando mucho y llegarás a

Salliqueló
Donde se debe a Salamone
-Entrada al cementerio

Salís de Salliqueló hasta la ruta 85 y torcés a la izquierda, hasta el pueblo de

Tres Lomas
Aquí Salamone hizo la
-Delegación Municipal.

Saliendo de Tres Lomas hacia la derecha la ruta te llevará nuevamente a la ruta nacional Nº 33 pero mas al norte, donde podrías pasar por Trenque Lauquen para visitar la hermosa ciudad y probar los chocolates y dulce de leche que la hacen famosa. Ya estarás en la ruta nacional Nº 5 hacia la derecha, donde podrás hacer 269 km. hasta

Alberti
Será casi de noche. Aquí podés dormir, ya que hay un par de hoteles.

Dia 6
Al día siguiente podrás ver
-Edificio Municipal (S)
-Mastil central de la plaza (S)
-Acceso al Parque Municipal (S)
En el palacio municipal es indispensable pedir entrar a la sala del Consejo Deliberante

y prepararás tu retorno ese mismo día hacia la ciudad de Buenos Aires

viernes, 18 de abril de 2014

FELICIDAD Y CINTIA. Un viaje por territorio salamónico.

1
Diario “La Nación”, 26 de marzo de 2010
La Plata (de nuestro corresponsal). La policía informó que investiga la desaparición de una joven de 28 años que había regresado de España hace poco más de un mes para visitar a sus padres en la localidad de Tristán Suárez. Fue vista por última vez hace un mes frente a la casa familiar. La denuncia fue hecha por el padre. Vecinos indican que oyeron una fuerte discusión entre el padre y la hija el mismo día que se la dio por desaparecida.
     Cintia había preparado con cuidado un pequeño discurso. Junto a Nela eligieron las palabras procurando que ninguno de sus padres se sintiera mortificado. Sin reproches, su alocución se centraba en si misma.
     El propósito era el de lograr la comprensión, ponerlos de su lado, invitarlos a mirar hacia delante, hacia el mundo actual, a las nuevas realidades más libres y tolerantes por los afectos de hombres y mujeres.
     Las palabras que buscaron hacían pie en la necesidad de amor, en la terrible soledad, en el magro interés mostrado por los varones y en el encuentro feliz de un afecto profundo en Nela, conocida circunstancialmente en el ambiente de artesanos de Cádiz.
     Ninguna referencia al miedo que definía su imagen del padre, al rencor por el maltrato y desvalorización hacia su madre.
     -Pero… ¡Esta nos salió torti!, interrumpió el padre, mirando hacia su madre que, hasta ese momento, parecía seguir con interna comprensión las palabras de su hija.
     Al oir a su marido la mujer había mutado su expresión de una manera que Cintia conocía bien. Como si despertara de un sueño a la realidad.
     El gesto de la madre se mimetizó con el de su dueño que miraba a su hija con aire entre incrédulo, burlón y violento. Simplemente esperó que llegara el trueno después de haber visto el rayo.
     -Pendeja ¿Estás loca? Los gallegos están todos pirados. Acá no me vengas con eso. Y no se te ocurra contarlo a nadie porque te cago a patadas en el culo. ¿Me entendés? Así anda España. Desde que se creen que están en Europa en lugar de África donde estuvieron siempre se llenaron de maricones y tortilleras. ¡Lo único que me faltaba! ¡Por favor mirate entre las piernas a ver si te sobra o te falta algo!     
     Cintia sintió que dentro suyo no le quedaba nada y, por un momento pensó que su padre tenía que tener razón. ¿No había sentido ella alguna vez asco ante la sola idea de dos mujeres besándose?
     A la distancia Nela se desdibujaba, sin darle fuerzas para encontrar argumentos para responder.
     Largo silencio impuesto por el amo mientras miraba furioso a las dos mujeres.
     La madre con la mirada hacia el piso, estirándose los pliegues del vestido, elegía una vez más a favor de su marido.
     Cintia tomó su mochila y salió. En la calle un sol temible había elevado la temperatura. Las calles de Tristán Suárez están dudosamente pavimentadas y los árboles de las veredas corresponden a los diferentes gustos de cada uno de los vecinos, lo que hace vacilantes e inseguras las islas de sombra. Conviene caminar por la calle porque también las veredas cambian su nivel, altura, ancho y revestimiento frente a cada casa. Así fue Cintia hacia la estación de tren y sin tener muy en claro qué hacer.
     Tomó el primero que vino hacia Constitución.
     “Soy una estúpida. ¿No le dije a Nela que mi viejo era un bruto? ¿Por qué tuvo que mandarme a dar ese discursito? ¿Cómo yo misma pude pensar que mi vieja me comprendería o que ese animal escucharía tranquilo mis explicaciones?”
     La belleza que creía ver en sus sentimientos cuando pensaba a bordo del avión se trocaba en algo sucio y devaluado.
     Ningún consuelo le traía el paisaje que mostraba la desnuda ventanilla. Blancos de calor los barrios se sucedían muy parecidos unos a otros. Casas bajas con techo de tejas, muchas sin terminar de construir o revocar, centros comerciales, villas de emergencia y acumulaciones de basura. El mismo vagón de tren era un recipiente de desperdicios menudos. Latas de bebidas rodaban de aquí para allá. Asientos destartalados más por la violencia que por el uso, vidrios rotos, puertas semiabiertas.
     ¿Qué haría ahora? ¿Volver a Cádiz?
     Dinero tenía. Unos dos mil euros en la cintura, una tarjeta de débito del banco La Caixa en el que habían otros seis mil quinientos.
     Decidió buscar un locutorio en la estación Constitución para poder contarle por mail a Nela lo sucedido y pedirle su consejo.
     Después de eso necesitaría un lugar para dormir. Ya estaba sintiendo cansancio y quería bañarse y cambiarse la ropa interior.
     De pronto no tenía plan alguno para el día siguiente. La conmoción provocada por los gritos de su padre no impidió que sintiera cierto alivio e inesperada libertad. No estaba cerca Nela que acostumbraba a pautar su tiempo, y el entredicho con su padre había dado por terminada una cuestión pendiente que la angustiara hasta esa misma mañana.
     Tenía un pasaje de regreso en Air Europa para un mes después. Si se decidía a adelantar el viaje tendría que pagar un recargo que al cambio actual le permitía cubrir gastos en Argentina por varios días.
     No veía sentido al gasto. Cuando el avión se había detenido en Ezeiza, junto al alivio por la finalización del vuelo tuvo la sensación de regresar a un ámbito propio: “Este es mi lugar”. En el taxi que tomó hasta Tristán Suárez el conductor había puesto la radio de “Puro rock nacional”, con Charly García cantando “no voy en tren, voy en avión”. El aeropuerto estaba algo mejor que cuando partiera para España pero lleno de inconfundibles guiños argentinos. El espacio invadido por puestos, carteles algo confusos, precios más caros que si la moneda local fuese el euro.
     En términos económicos unas pequeñas vacaciones en Argentina le resultarían casi gratis. Ya bastante decidida y entusiasmada, al llegar el tren a la estación Constitución hizo la combinación con el subte “C” que la dejaría en la Terminal de Ómnibus de Retiro. Una vez allí podría inspirarse viendo la cartelera y elegir un destino y, mientras esperara la partida del ómnibus meterse en el locutorio y escribirle a Nela.
     Se dejó llevar, sin dejar de tener dudas que, como no podía despejar conversando con nadie, fue postergando sin pensarlo demasiado.
     De lo que sí estaba completamente segura es que, hiciera lo que hiciese, no comentaría nada a sus padres. El bruto que se joda. Y la sometida que pague el precio de su servilismo.
     El subte estaba todavía más caluroso que el tren, pero en unos veinte minutos la dejó en la zona de Retiro. Caminó las cuatro cuadras casi completamente ocupadas por puestos de baratijas, ropa, comida, electrónicos de contrabando, y llegó a la terminal de ómnibus que repite la escena de múltiples comercios invadiendo el espacio común. Compró de paso un par de corpiños, bombachas y remeras a una boliviana. Le resultaron muy baratos como casi todo en Argentina desde que hacía la conversión a euros.
     Sentía necesidad de comunicarse, y optó por entrar a un locutorio antes de comprar pasaje a algún lugar. Por suerte tenía aire acondicionado y conexión a Internet razonablemente rápida. Buscó a Nela en el Messenger. Aparecía como ausente. En España serían alrededor de las ocho de la noche. ¿Dónde habría ido?
     Le escribió entonces una larga carta en la que ocultó que se sentía un poco defraudada por la falta de agudeza de su enamorada al no evaluar acertadamente la personalidad de su padre y no haber previsto que no entendería nada de la situación. Contó todo el episodio y le adelantó que iba a pasear un poco antes de volver, preguntándole qué le parecía a ella.
     Devolvió la computadora y fue hasta el bar, donde compró un sándwich y una seven up. Comiendo y sorbiendo su bebida caminó por el largo corredor en el que se suceden las ventanillas de las decenas de empresas de transporte. Ningún destino le atrajo.
     Buscó un asiento en la zona de espera, al lado de una mujer que le pareció de buen aspecto.
     -Calor ¿no? Dijo la mujer después de un rato.
     -Si, mucho, y muy húmedo. Parece que el aire acondicionado no alcanza, respondió Cintia.
     -Verdad.     
     La mujer estaba con ganas de hablar, lo que no molestaba para nada a Cintia.
     -¿Vas lejos?
     A Cintia le pareció que no podía responder “a ningún lado” o “no se”. Miró rápidamente el tablero indicador, leyó un nombre y dijo:
     -Hasta Vedia.
     -Casualidad, yo también voy allá.
     Cintia se sintió aprisionada por su mentira.
     -¿Qué asiento tenés? En una de esas podemos ir charlando, dijo la mujer.
     -Eh… no lo tengo todavía. Pienso comprar el pasaje directamente en el ómnibus.
     -No se puede, querida. Tenés que ir a la ventanilla de El Rápido. Está subiendo la escalera ahí ¿ves? Le dijo señalando un lugar con el dedo. Apurate que faltan quince minutos, pero no te preocupes que van siempre con poca gente. Seguro que hay lugar. Si querés ir conmigo yo tengo el asiento 25 de arriba, podés pedir que te den el de al lado.
     Mientras caminaba pensó “Esta es la oportunidad de perder a esta mujer, me voy y no vuelvo”. Pero no había caso. Estaba entrenada para obedecer deseos ajenos. Sus viejos al principio, Nela después, ahora una señora de buen aspecto recientemente conocida. Ni el nombre sabía.
     Llegó a la ventanilla, pidió su boleto. 
-¿Nombre y número de documento? Preguntó la empleada. 
Sin pensarlo dio el nombre y apellido de Nela y el número de pasaporte que coincidía con el documento español. Nadie le pidió que lo mostrara. Le dieron alguno de los muchos asientos que quedaban disponibles en el piso alto del ómnibus. ¿Para dónde sería Vedia?
Volvió directamente a la plataforma de salida en la que ya había estacionado un enorme ómnibus de color blanco y azul. Subió por la escalerilla y al buscar su asiento vio a la mujer sentada en uno de los de adelante. Al pasar junto a ella le sonrió y siguió para el número 41, del lado de la ventanilla.
Poco después de partir vió  venir por el pasillo a la mujer de la sala de espera.
-¿Te molesta?
-No. ¿Qué podía decir?.
     La mujer tenía aspecto de profesora. Muy prolija en su vestimenta, con pantalón fino, blusa bajo la cual se adivinaba además del corpiño una camiseta liviana para evitar el exceso de transparencia. El pelo teñido de rojo oscuro tirante hacia atrás. Sandalias de las buenas.
     Se sentó. Cintia se dio cuenta que, para ese entonces, la mujer había adivinado que ella le mintió al decirle que iba a Vedia. No podía haber otra explicación para la ausencia de preguntas más detalladas sobre conocidos o actividades en un pueblo que imaginaba pequeño y que la mujer conocería de sobra. Esas actitudes son de curas o maestros o padres. Atesorar en silencio alguna falencia o inmadurez hasta el momento en que se pueda utilizar para elevar al otro.
     -Soy Felicidad. ¿Vos como te llamas?
     -Nela, respondió Cintia, un poco avergonzada.
Felicidad hablaba como sólo pueden hacerlo los que están acostumbrados y se sienten cómodos al hacerlo, sin temor por lo obvio.
     Cintia sentía en su amiga Nela ese mismo disfrute por la charla, que a ella le provocaba una sensación de bienestar parecida a la de una cobija abrigada, apretadita bajo el colchón en una noche fría. En cambio Cintia sentía que le costaba hablar sin criticarse de antemano, descartar comentarios por estúpidos, inocentes o inoportunos y terminaba siempre diciendo menos de lo que sentía.
     -Estudié arquitectura en La Plata, pero nunca trabajé de eso, decía Felicidad. Me gusta la historia de la arquitectura, ver los edificios de otros, pero tengo miedo yo de meter la pata, de no saber tratar con los obreros y los clientes. A lo mejor es por eso y porque también me encanta hablar que soy profesora de un colegio secundario en Vedia.
     Su discurso evidentemente cuidaba no dar detalles que pudieran poner a prueba los conocimientos de Cintia sobre esa ciudad.
     -¿Vos sabés quien diseño el edificio de la Municipalidad?.
     Cintia desde luego no sabía siquiera como era el pueblo, menos aún su municipio y se le escapaba totalmente que era lo que estaba queriendo decir Felicidad.
     -No. ¿Quién?
     -Un arquitecto de apellido Salamone.
     Poco le interesaban a Cintia esas cosas. Pero a Felicidad se le notaban las ganas de contar algo.
     -¿Buen arquitecto? Preguntó con el temor de quien se mete en terreno desconocido.
     -Si, muy bueno. Cuando lleguemos a Vedia te lo muestro. Mirá Nela, me doy cuenta que no sos de Vedia ni conocés el pueblo. Algo te está pasando pero no tenés por qué decirme. Solamente te hago el comentario porque quiero que esta noche te quedes a dormir en mi casa. Vivo sola y no soy ningún peligro…para vos. Llegaremos a eso de las nueve de la noche y en Vedia hay un solo hotel que no es demasiado recomendable.     
     Dijo esto mirándola con aire maternal. Cintia sintió apretada su garganta y se le humedecieron los ojos.
     -Si, estoy sola. Discutí con mis padres. No aceptan a mi pareja que está en España.
-Bueno. Entonces te podés quedar hasta que arregles esto. Siempre, te lo aseguro, los problemas familiares se terminan pudiendo resolver de una o de otra manera. Enfatizó el "siempre" de un modo especial, casi académico.
Felicidad imprimió luego a su cara un gesto pícaro que Cintia interpretó como un intento de aflojar la tensión. Cerró los ojos, inclinó el respaldo del asiento como si quisiera dormir, dejando que sus últimas palabras quedaran dando vueltas en la mente de Cintia.
Con el respaldo de su asiento todavía recto aprovechó para ver el paisaje iluminado por un sol en retirada. Campos verdes, cultivados hasta donde la vista se pierde, aprovechados casi hasta el borde del pavimento, con grupos de altos eucaliptos de cuando en cuando.
Rápido pasó un cartel de fondo verde que anunciaba Junin-Vedia-Rufino, y en uno de sus postes un indicador de la ruta 7. La monotonía de la vista la sumergió en una suave modorra.
-Nela, vamos que estamos llegando. No te olvides de la mochila que está allá.
El ómnibus había salido de la ruta principal y recorría un camino algo más angosto y descuidado, a cuyos lados aparecían cada vez más construcciones. Ya era de noche y el camino estaba iluminado por altas columnas que pasaban prolijamente al costado. Muy pronto estuvieron en un pueblo. Las ramas de los árboles de las calles rozaban la carrocería del ómnibus haciendo bastante ruido.
El vehículo se detuvo. Se encendieron las luces interiores. “Vedia” se oyó anunciar. Sólo se pusieron de pie ellas dos. Bajaron a una pequeña estación terminal en la que sólo estaba el enorme y brillante ómnibus en el que ellas habían viajado.
Cintia sintió calor. Alrededor de los faroles infinidad de bichos circulaban y se chocaban y al pie, sobre el pavimento, se acumulaban las víctimas muertas o agonizantes.
Felicidad esperó que le alcanzaran una pequeña valija con ruedas que estaba en el depósito, dio una propina y miró a su compañera.
-Vamos, son pocas cuadras y podemos ir caminando.


2

La casa era prolija, amueblada al estilo nórdico de los años sesenta del siglo pasado, con muebles de patas cónicas y en ángulo, sin demasiados detalles que revelaran los gustos o personalidad de su moradora.
A Cintia le gustó. Era mucho mejor que la pocilga desordenada en la que vivía con Nela y desde luego también que la modesta e inconclusa casa de sus padres.

Felicidad le indicó un cuarto que tenía una cama, una mesa de luz y un ropero pequeño. Cintia comenzó a sacar las pocas cosas que tenía en su mochila. Al rato Felicidad le trajo un camisón.
-Podés bañarte ahora si querés. Dentro de la mesa de luz hay unas pantuflas. Así ya te ponés cómoda, le dijo.
Cintia se bañó, se lavó la cabeza, se cambió su ropa interior y lavó la usada. Al rato estaba cómoda en su prestado camisón.
Fué hacia la cocina, en cuya mesa había pan lactal, fiambre y una jarra con mate cocido. Sentada estaba Felicidad, todavía con la misma ropa que se mantenía impecable pese al viaje y al calor. La miró sonriente y en silencio.
Se mostraba contenta de tener alguien en su casa.
Tendría unos cuarenta años bien llevados. "Bien llevados como todas las solteras", pensó Cintia, Y como muchas docentes esa virtud de mantener su aspecto aliñado en el medio del desorden de una clase con niños o, como ahora, de un largo viaje que a los demás les hubiese arrugado toda la ropa.
Se sentó en la silla libre y rebuscó en su mente qué decir.
-¿Nunca te casaste? Se oyó sorprendida de lo inconveniente e inoportuno de su pregunta. Se sonrojó hasta la raíz del pelo pero Felicidad no pareció notarlo.
-Si. Hace unos cuantos años. Jorge era compañero de facultad. Pero la cosa no anduvo. Era bueno pero muy quedado. Al poco tiempo de vivir juntos me pareció que cada día disminuía su tamaño, que se iba convirtiendo en poca cosa. No me había dado cuenta hasta ese entonces que para amar a un hombre necesitaba admirarlo. A el mas bien lo compadecía, aunque no se bien de qué.
Mi padre me lo había anunciado, pero se ve que con poca claridad para no herirme. La meta de Jorge era construir casitas en countries o barrios cerrados. En esto no le fue mal porque tenía bastante idea y le salían lindas y a la moda. A mi esto me hartaba. No quise ayudarlo con su trabajo. El no entendía pero en lugar de discutir se conformaba, lo que me irritaba más todavía. En la cama me sentía desganada, llena de excusas. Tener que mentirle aumentaba mi malestar. No puedo decir que sólo con Jorge el sexo fuera de este modo. No tuve demasiadas experiencias y no sé qué pensarás vos, pero para mi el sexo es del mundo de los varones solamente. A nosotras -o a mi al menos- lo que nos gusta es la cara de felicidad de nuestro hombre. Parecido a cuando das de comer a un bebe. Lo que te llena es que depende de vos en ese momento. Como si la felicidad sexual fuese un espejo en el que se proyecta la imagen del varón amado. Mi madre me contó hace poco que ella nunca había tenido un orgasmo con mi papá, pero no por eso lo amó menos ni se sintió infeliz. No se si hoy la cultura no nos está exigiendo a las mujeres un tipo de placer para el que no estamos preparadas, que nunca sentimos demasiado y que nunca necesitamos.

Cintia pensó que a ella le pasaba mas o menos lo mismo. Con el compañero de secundaria que se había acostado con ella no había gozado. Pero la experiencia había sido grata por otros motivos. Vio al chico entusiasmado al desvestirla, al besarle los pechos y con eso fué feliz. No hubo mucha ternura, pero ella se había sentido importante. Es verdad, como dar de comer a un bebé.
-Me parece que eso que decís es verdad. A mi me pasa mas o menos igual. 
¿Cuál sería el momento oportuno para sincerarse con esa mujer y contarle las cosas como eran de verdad en ese terreno? Ella se comportaba con cariño pero manteniendo cierta distancia.
Felicidad prosiguió con la historia de su casi indolora separación. Tan indolora que aceptaba que Jorge la continuara visitando a escondidas de su nueva esposa, y no se negaba a mantener relaciones sexuales si el caso se daba.
-Después que nos separamos busqué un cargo de profesora y surgió este, en un pueblo que yo no conocía y bastante lejos de La Plata. Pero estoy contenta y me gusta el trato cotidiano con los jóvenes. Ahora estoy con licencia médica por un mes, por un supuesto malestar digestivo. Es un acuerdo con la rectora, que necesitaba mi vacante para nombrar a una sobrina que se separó del marido. Mi viaje a Buenos Aires fué para consultar al gastroenterólogo que hará el certificado falso. En fin, la teta del Estado permite que todos nos prendamos de ella... ¡Cómo hablo! Contame un poco de vos, le dijo apoyando su cara en los brazos acodados sobre la mesa.
Cintia pensó que ese era el momento adecuado para hablar de todo, revelar su verdadero nombre, pero sintió a la vez vergüenza de hacerlo. El discurso que había preparado cuidadosamente había fracasado rotundamente con sus padres. ¿No podría suceder lo mismo con esa profesora? Para colmo quizás se sintiera incómoda con la idea de tener muy cerca, en el dormitorio contiguo a una mujer como ella con inclinaciones así. Optó por postergarlo otra vez.
-Vivo en España hace cuatro años. Soy artesana. Hago bijouterie con alambre blanco tipo plata. Mariposas, abejas, delfines, elefantitos, cosas así. Aca tengo un par. Fué hasta el cuarto, trajo la mochila y sacó de ella un paño en el que tenía algunas piezas sujetas con alfileres de gancho y se las mostró-
Felicidad las miró detenidamente y dijo que le gustaban.
-Junté algo de dinero vendiendo estas cosas, me puse de novia y vine a ver a mis padres. Tengo que decirte que mi viejo es un jodido violento, bruto y gritón, maltratador de mi mamá. No le gustó la noticia y armó un griterío. Me fuí enseguida y ahora estoy pensando en recorrer un poco, porque con el cambio actual el dinero que me costaría adelantar el pasaje me sirve para hacer un poco de turismo en Argentina. Por eso me encontraste en la terminal.
Algo en el gesto de Cintia, que no la miró de frente al decirle esto, le hizo pensar que la explicación era incompleta. No pudo con su vocación docente.
-Me parece exagerado que tu viejo saltara así solamente con la noticia del noviazgo. ¿Que es lo que no le cayó bien de tu novio?
Cintia la miró, se sacó con las manos unas inexistentes migas del camisón y dijo un poco atragantada:
-Es que es novia. Una mujer.
-Con razón entonces. ¿Pensabas decírmelo a mí?
-No encontré hasta ahora el momento, pero esa era mi intención. No se que me pasa. En España me había convencido de que era mi vida, mis derechos, que se yo, y llego acá y no dejo de verlo como algo raro.
-¿Como se llama? ¿Que edad tiene?.
-Ella es Nela y yo soy Cintia. No se por que cambié el nombre en la empresa de ómnibus. Así que me presento y disculpame por el doble engaño. Puedo irme ahora si querés, dijo Cintia.
Felicidad rodeó la mesa y le apretó los hombros.
-A mi me gustan los varones, o eso creo, pero todo estará bien.
Cintia le contó su pequeña historia y se fueron a sus respectivos dormitorios.


3
Cintia se despertó con el sol alto entrando por las rendijas de la persiana. Se puso su ropa interior recién comprada, un pantaloncito corto hecho con unos viejos vaqueros desflecados, remera musculosa y sandalias.
En el baño se lavó la cara, miró un poco su aspecto en el espejo, se peinó como su pelo se lo permitió y fue a la cocina.
Felicidad no estaba. Recorrió un poco la casa y no la encontró. Preparó su desayuno. En España había perdido la costumbre del mate, pero aquí parecía imponerse. En la mesada ya estaba preparado el mate, la bombilla y un calentador eléctrico de agua.
Una vez listo comenzó a sorber. Este brebaje alienta una mirada interior y no presenta un final predecible, porque se puede continuar por largo rato con esa amarga compañía que va perdiendo sabor y temperatura con el tiempo, como algunos matrimonios.
No tenía nada a la vista ni plan alguno. Se había puesto en manos de una mujer algo mayor que ella, con la que no podía compartir demasiadas cosas, que le demostraba cariño pero manteniendo cierta distancia. Con ella pensaba dos y tres veces antes de hablar y sus iniciativas fracasaban mucho antes de convertirse en propuestas. Junto a esta sensación convivía otra: la de no tener que ocuparse de decidir nada, dejando su vida en las protectoras manos de otro.
El sol alegre iluminaba la cocina.Vio un ejemplar de “La Nación” atrasado. Buscó la parte de espectáculos y leyó detenidamente una nota sobre Miguel Bosé. En España se había aficionado a las notas y revistas sobre artistas, gente de la nobleza. De Miguel Bosé sabía casi todo.
El mate se lavó. Felicidad no aparecía. Salió a la luz del patio por la puerta mosquitera. El resorte la hizo golpear detrás suyo. Era un lugar pequeño, del ancho de la casa. Con toda seguridad recientemente remodelado, porque el cemento alisado estaba impecable. A los costados y fondo se habían dejado canteros en los que lucían algunas plantas todavía pequeñas. En uno de los rincones aromaba el ambiente una ruda macho, igual que la que su madre había puesto en su casa como protectora contra  las malas energías y espíritus malignos. Recordó los tecitos que ella le preparara para calmar sus primeras menstruaciones dolorosas.
Un par de alambres de colgar ropa exhibían numerosos broches de distinto formato, color y material, sin ropa alguna.
El cielo permanecía despejado, de un intenso y profundo azul. Ya empezaba a sentirse el calor. Tras el cerco de ladrillos asomaban copas de árboles de casas vecinas y se divisaban techos, en su mayor parte planos.
En el centro del patio una mesa blanca plástica redonda con dos sillas invitaba a sentarse. Lo hizo mirando hacia el frente posterior de la casa de Felicidad. Una pared revocada, pintada quizás mucho tiempo atrás pero ahora algo descascarada, en la que se abrían la ventana de la cocina, la de la habitación que le asignaran a ella y la puerta.
Toda la casa presentaba un aspecto impersonal, como si su moradora no se interesara en ella o no tuviera más proyectos -con excepción de ese nuevo piso del patio- para hacerla más acogedora.
Un largo rato más tarde oyó la puerta de la calle y llegó Felicidad con varias bolsas de compras.
Junto a ella entró la vida.
-¡Hola mujer! ¿Dormiste bien? ¿Desayunaste?. Ahora dejo esto, me echo un pis y vamos a conocer un poco el pueblo.
Estaba vestida con una pollera, blusa liviana y zapatillas.
Al rato salían a la vereda. El calor se hacía sentir ya, pero tolerable. Felicidad le fué mostrando los hitos del barrio. El almacén de la esquina, con entrada por la ochava y de ladrillos jamás revocados, un insólito hotel de planta baja que más bien semejaba un geriátrico. Pocas cuadras de caminata y llegaron a la plaza.
Ocupaba toda la manzana. Veredas de baldosas, mástil sin bandera, bancos, césped verde bien cortado, tilos todo alrededor. Algunas miradas le hicieron sentir a Cintia su inocultable carácter de forastera.
Frente a la plaza  se alza un extraño y discordante edificio. Todo de cemento blanco. Una altísima torre cuadrada con tres cubos brotando a cada lado y una especie de cuchillo triangular asomando en una abertura desde arriba hacia abajo. En el extremo superior un reloj indicando las seis y media (seguramente más por efecto de la gravedad sobre las manecillas que por ganas de indicar la hora). El frente con dos semicírculos que entre sí acogen una especie de recinto de entrada con cuatro o cinco escalones. En el centro de ese pórtico se abre la puerta de acceso. Dos columnas circulares sostienen el techo plano. Esos semicírculos y el frente entre ellos a la altura del primer piso evidencian un patio al que dan, también retiradas del frente cinco ventanas casi cuadradas y las dos columnas del piso inferior que continúan visualmente.
Sobre las ventanas cuatro amplias franjas horizontales, rematadas a los costados por franjas verticales dan una impresión como de barco.
Felicidad se detuvo y se sentó en un banco mirando hacia allí y, más por eso que por atracción Cintia miró el raro edificio. Al rato se encontró contando. Uno (la torre), dos (las columnas), tres (los cubos a cada lado de la torre), cuatro (las franjas del frente), cinco (las ventanas)...y recordó los cuerpos geométricos. Cubo, prisma, cilindro.
Todo blanco, todo cemento. No podía saber con certeza que impresión le producía. Se acordó de la presentación de la Fox con sus reflectores.

palacio-municipal-de-vedia-ln-alem.jpg
-¿Qué te parece? preguntó Felicidad.
-No sé. No se si me gusta. Es... distinto, frío. ¿Que funciona allì?.
-Es la municipalidad. La hizo ese arquitecto Salamone en los años treinta del siglo pasado.
-Raro en un pueblo como éste.
-Lo curioso es que en muchos pueblos de la Provincia de Buenos Aires hay edificios hechos por el. Todos son extraños, pero dan ganas de verlos. Te voy a llevar adentro para que veas que hizo hasta los muebles, las lámparas, todo. El estilo de arquitectura se llama “art deco”.
Cruzaron la calle y entraron sin que nadie les preguntara nada. La escalera que lleva a la planta alta, ventanas, puertas, picaportes, todo con formas geométricas. No produjo en Cintia más que una sensación de frío misterio.
-¿Querés ver otro edificio de este arquitecto? Tendríamos que caminar un poco porque está algo alejado, sobre calle de tierra.
-Bueno vamos, se resignó Cintia.
Caminaron unas cuantas cuadras, tomaron por una larga calle sin pavimentar y al cabo de una media hora estuvieron frente a un edificio de planta baja completamente circular. Tenía pequeñas ventanas altas alargadas que no servirían para que nadie pudiese mirar a través de ellas, una enorme puerta a uno de sus costados y rampas. Al costado una torre altísima, con balcones decorativos, circular también.
-Es el viejo matadero municipal. Salamone fue contratado para diseñar y construir principalmente plazas, cementerios, edificios municipales y mataderos. En ese entonces el gobernador de la Provincia de Buenos Aires pensaba que estas construcciones eran la obligación principal del Estado. El matadero para que el pueblo se alimentara sanamente y no en la forma antihigiénica en que se faenaba a los animales, una buena plaza para los actos públicos, izar la bandera y favorecer el esparcimiento, el edificio municipal donde se organizaría el cumplimiento de las leyes y el control de las cosas cotidianas y un buen y digno lugar donde terminar los días al cabo de una vida sana y organizada. También se ocupó mucho de hacer escuelas pero como lo que me interesa mostrarte  son obras de Salamone solamente te voy a hablar de las escuelas que él diseñó.
-Esto parece un plato volador, dijo Cintia.
-Si, aterrizado en el medio de los pastizales de Vedia.
-¿Por qué está tan descuidado?
-Es que hace años que no funciona como matadero y el pueblo le ha dado la espalda. Nadie quiere ni aprecia este edificio, dijo Felicidad.
El sol estaba bien alto y apretaba el calor. Volvieron caminando por el barrio que de un lado de la calle tenía algunas casas y en el otro campo sembrado, giraron por un parque deportivo municipal y llegaron.
Almorzaron hamburguesas con ensalada, yogur de postre.
-Aquí se duerme siesta, no hay otra cosa que hacer, indicó Felicidad.
Con modorra Cintia se recostó y quedó dormida.
A eso de las cinco de la tarde se despertó y fue hasta la cocina para preparar mate, que rápidamente había reincorporado. Estaba en eso cuando llegó Felicidad, recientemente despertada.
-¿Podré usar tu ordenador? ¿Tenés internet?, le dijo Cintia.
-Si a las dos cosas. Acá es mejor que al ordenador le digas “compu” o “pc” porque nadie te va a entender, dijo Felicidad mostrándole una computadora portátil.
Gracias. La abrió, encendió y a los pocos minutos ya funcionaba internet.
Abrió su correo y encontró un mensaje de Nela.
“Mi amor, te extraño, no puedo dormirme si estoy sola Que bruto y primitivo tu padre. Que gilipollas tu mamá. Aquí eso se consideraría violencia doméstica y discriminación. Se ve que están un poco atrasados por allí. Me muero de ganas de verte, pero el proyecto de recorrer nace de ti. Debe ser tu destino, y lo respeto. No mires a ningún@ otr@. Te amo. Nela”.
Le respondió contándole lo sucedido con el viaje, Felicidad y su actual recalada en Vedia. Describió a su amiga como “señora” para alejar ideas equivocadas, y esto le pareció suficiente indicación de que no podría resultar competencia por lo vieja.
Dejó el correo, abrió el Earth Google y pudo ubicar el pueblo sin problemas.
A la tardecita fueron al patio. Felicidad le contó la historia de los raros edificios.


4
En los años treinta gobernaba la Provincia de Buenos Aires un señor Manuel Fresco, político conservador. No existe actualmente ese partido, ya que son tan pocos sus simpatizantes que es casi una reliquia ahora.  Pero era el de las clases más altas, que se sentían con derecho a gobernar porque se consideraban más preparados y menos proclives al robo.
Como creían que los pobres por lo general provenían de herencias semi salvajes, indios, inmigrantes incultos y cosas así, se consideraban con el derecho y el deber de resolver las cosas por ellos.
La Iglesia Católica, el Ejército y todos a quienes les gustaba el orden estaban felices con Fresco y con los conservadores. Este gobernador fué fanático de las obras públicas. Quiso convertir esta provincia enorme, casi tan grande como toda España pero deshabitada en un lugar pleno de ciudades modernas, escuelas, hospitales, edificios públicos, calles pavimentadas, ferrocarriles.
Durante los pocos años que gobernó inició y terminó la más grande cantidad de obras públicas de la historia argentina y, por supuesto, de la Provincia de Buenos Aires.
Dentro de este plan para modernizar pueblos y ciudades organizó la forma de financiar a municipalidades para que pudieran hacer edificios municipales, plazas, cementerios, mataderos y escuelas.
Formalmente eran los propios pueblos y ciudades los que decidían que hacer y a quién contratar como arquitectos o empresas de construcción pero en la realidad la mayor parte de las decisiones se tomaban en la capital, La Plata.
Por esta concentración fue que los arquitectos y los constructores en realidad terminaron siendo pocos.
Uno de los que consiguió más encargos fué Francisco Salamone.
El tenía alguna vinculación con Fresco aunque no eran amigos. Parece que también aventajaba a sus competidores con precios más bajos.
Salamone era a su vez amigo del señor Fortabat, dueño de la primera fábrica grande de cemento de Argentina, el material que estaba revolucionando la construcción con el cemento armado que reemplazaría al hierro. Fortabat quería promocionar la novedad y una forma ideal era mostrar las virtudes y posibilidades con obras visibles al público en general.
Así el ingeniero ganó casi todas las licitaciones. En cuatro años diseñó, dirigió y terminó casi setenta edificios. En la mayoría usó el estilo art deco, aunque unos pocos tienen otros estilos.
El estilo es lo que vimos hoy. Mucho cemento, simetría, adornos que se pueden dibujar con regla, transportador y compás. Rectas, curvas, cubos, cuadrados, pirámides, conos.
Si pensás en cómo se decoraban los edificios hasta pocos años antes de los treinta del siglo XX te acordarás de haber visto formas de hojas, pechos de paloma, flores, cabezas de animales, objetos inspirados en la naturaleza. En cambio el art deco era fruto total de la mente abstracta y pura del hombre.
No es que el arquitecto que usa ese estilo se resista a la decoración sino que busca decorar inspirado en los textos de geometría. Mi impresión es que el efecto buscado subrayaba demasiado la superioridad intelectual y el efecto monumental. La falta de un sentimiento amistoso hacia el público, pretendiendo en cambio impresionarlo, provocó una tolerancia indiferente, cuando no hostil.
Hay una película de los años veinte, Metrópolis de Fritz Lang en la que las ciudades son todas así. El resultado es inhumano, amenazante, desolado, poco acogedor. Como la Ciudad Gótica de Batman.
Los artistas de esa época veían un futuro opresivo para los hombres. Habían vivido la más grande guerra conocida en la historia de la humanidad. Las máquinas se iban adueñando del mundo y muchos pensaban que se avecinaba una sociedad de autómatas.
Salamone adoptó ese estilo. No se sabe bien si a Fresco le gustaba. Algunos piensan que para su ideario fascista esta arquitectura encuadraba bien. Parecida a la que le gustaba a Mussolini y a Hitler, pero también a Roosevelt. Era la época.
Otros creen que Fresco no era un intelectual y que no pensaba en estas cosas. Salamone era eficiente y cumplidor y esto bastaba.
En mi manera de ver el que tenía las ideas era el propio Salamone.
Nadie le pidió que los edificios municipales tuvieran torres tan altas, incluso más altas que la torre más elevada del pueblo que era la de la iglesia. Pero para él esto era indispensable.
La aplastante e infinita llanura de la pampa debería ser quebrada con un hito visible desde lejos, incluso desde el campo, fuera del pueblo. Debería además marcar con claridad dónde estaba la nueva autoridad. Ya no en la iglesia sino enfrente, en el municipio.
El Estado se representaba y hacía ver de ese modo. El reloj, símbolo de los nuevos tiempos ordenados, de los trenes que llegan a la estación en el momento preciso, de las oficinas que abren o cierran con exactitud, del amor, el trabajo, el ocio o el esparcimiento compartimentados, debería asomar por encima de la cruz del campanario de la iglesia.
Te aburro, dijo Felicidad ante un disimulado bostezo de Cintia.
-Es que siento como si nunca hubiera mirado alrededor. Nunca los edificios me dijeron nada. Ahora me hablás de eso y me parece que me bailan alrededor. Esta noche voy a soñar con cemento seguramente.
-¿Qué te parece si te muestro un poco mas? Tendríamos que recorrer un poco la provincia.
No era ninguna de las ideas o planes que pudiera haber tenido nunca. Escapada de su casa y con el brutal desprecio de su padre y la falta de cobijo de la madre todavía ardiéndole, jamás se imaginó terminar en la casa de esta mujer cordial pero un poco rara.
Siempre termino haciendo lo que me piden, pensó. Y dijo:
-Si, bueno, vamos. Acordate que tengo pasaje de vuelta para España.
-¡Me alegro mucho de que podamos recorrer! Voy a tratar de no ser demasiado tediosa. Iremos en ómnibus y un poquito, si todavía funciona alguno, en tren. Podemos empezar mañana temprano saliendo hacia Junín y desde allí tomaremos algo hasta Alberti.
El sol ya estaba cayendo y algunas hebras de viento fresco se colaron en el patio.
¿Esta mujer no tiene otros compromisos?. Nadie ha venido desde que llegamos. El teléfono no sonó. La pantalla de su computadora no me dice nada. Tiene el fondo clásico de un campo con cielo que trae Windows y tres o cuatro iconos elementales. Nada propio, nada bajado. Como si su propietaria no la usara o lo hiciera de manera tan básica y rutinaria que nunca se le hubiera ocurrido cambiar nada. Parecida a la impresión que daba la casa. Amoblada con cosas útiles sin ángel. Como de hotel. Sin muestras de cariños, sin recuerdos.
Enorme contraste con ese desmesurado interés en edificios viejos y estrafalarios. Felicidad era ayer una desconocida y hoy lo seguía siendo. Quizás más.
Mucho hablar del arquitecto y poco de ella misma. La ficha que decía que era profesora, separada y que había venido desde La Plata solamente daba los titulares.
Cintia sentía cierto respeto hacia esta señora y no encontraba el modo de preguntar más.
Esa noche volvió a sentirse sola. Que no daría por un cuerpo cálido acurrucado a su lado.


5

Temprano al día siguiente Felicidad la despertó. Había preparado tostadas y tenía lista una mochila.
Luego del desayuno caminaron hasta la terminal de ómnibus. Un antiguo colectivo de la empresa El Aguila recorrió con lentitud el camino hasta Junín.
A Cintia le pareció una ciudad de verdad en la que no se adivinaba la proximidad del campo. Muy prolija y cuadriculada. Alli pudieron contratar un minibus que las dejaría en Alberti.
Llegaron bastante después del mediodía.
Durante el viaje casi no hablaron. Cintia quedó del lado de la ventanilla. Por la poco transitada ruta provincial vio sucederse los alambrados, montes de eucaliptos, campos sembrados con girasol, maíz. Kilómetros y kilómetros de paisaje similar, algo monótono.
Alberti es una pequeña ciudad a unos pocos kilómetros de la ruta principal. Diseñada en cuadrícula, con avenidas anchas en boulevard, alguna iglesia de gran tamaño, un enorme colegio de los años veinte y frente a la plaza, haciendo esquina, la inconfundible imagen de un edificio dibujado por Salamone.
Se había hecho la hora de almorzar. Preguntaron por un hotel y les indicaron el hotel Estrella, a una cuadra de la plaza.
Caminaron hasta allí. Una construcción blanca con habitaciones limpias y baño privado. Suficiente para ellas.
Consiguieron un par de milanesas con ensalada bastante decentes, flan de postre y acordaron en dormir la siesta. La dueña del hotel les ofreció una habitación de dos camas.
El silencio del pueblo a esa hora, el solcito proveedor de intensas sombras bajo los árboles produjo un inmediato efecto relajador que las sumió a ambas en una de esas siestas que se parecen a la muerte y a la resurrección.
Una vez emergidas de la siesta y de tomar algunos mates Felicidad llevó a Cintia a la plaza.
El edificio municipal es de cemento blanco. Puesto en una esquina que mira en diagonal a la plaza tiene una forma triangular hacia ambas calles, con la entrada formando ochava. Unos escalones curvos ascienden a un recinto en el que se abren las puertas de entrada.

.municipalidad de alberti.jpg
A esa hora los escalones se convierten en lugar de reunión de los adolescentes del lugar. Chicos y chicas charlan con la calma que inducen en las costumbres y ritmos los pueblos en los que hay poco para hacer.
Las escasas actividades deben ser disfrutadas despacio para que no se terminen. Múltiples pequeños trucos y convenciones compartidas estiran las conversaciones, permitiendo y acogiendo saltos de temas, de tiempos, de personas sin que a nadie le parezca nada inconveniente, impropio o fuera de lugar.
El inagotable tema común son los demás. Noviazgos, separaciones, infidelidades, cheques impagos, caries, cualquier cosa.
Un par de mujeres evidentemente forasteras merodeando para ver las extrañas construcciones que ninguno de ellos ama puede ser suficiente para varios días.
Nadie miró ostensiblemente a Felicidad y Cintia pero sus pasos fueron registrados.
-Ahí tenés las manías de Salamone. Fijate en esa alta torre cuadrada con esos tres balconcitos triangulares absolutamente inútiles. No creo que nadie haya pasado por esas puertecitas salvo para sacar las cagadas de las palomas de vez en cuando, dio Felicidad.
El reloj no funcionaba y había quedado para siempre en esas horas que eligen por su cuenta los relojes cuando se sienten morir: las cinco y media, seis y media. La manecilla del minutero es la mas pesada y su agonía termina poniéndola en hora con la ley de gravedad. Al igual que los árboles acaban por morir de pie.
Las puertas estaban abiertas y pudieron entrar libremente. A continuación de la entrada se accede a una sala semicircular. Varias puertas repartidas en forma equidistante se abren hacia allí. Al frente una escalera de material negro con barandas de hierro cromado conduce al primer piso.
En esa primera planta otra sala de forma semejante a la de abajo, con cuatro puertas igualmente separadas por espacios exactamente iguales y una suerte de artefacto de iluminación de yeso en el techo con círculos, ondas.
Se acercó a ellas un sujeto flaco, de unos sesenta años, algo calvo, nariz de sifón, anteojos de obra social, vestido con una combinación que pretendía ser de empleado público. Camisa con corbata, sin saco,  pantalones vaqueros prolijamente planchados con raya y unos zapatos baratos deseando parecer de vestir.
-Hola señoritas, buenas tardes. ¿Están conociendo nuestro edificio? Puedo mostrárselos, dijo.
-Si, gracias, buenas tardes, nos interesa, dijo Felicidad.
-Me presento. Me llamo Juan. Vean estos sillones, son diseñados por el propio arquitecto Salamone.
Las condujo a una sala en la que según les dijo funciona el Concejo Deliberante. Parecía un pequeño teatro. Todo blanco, con un escenario en el que había una mesa y sillón de gusto del mismo arquitecto. Los bancos para los concejales también llevaban la impronta del estilo. El techo abovedado, con unos enormes arcos moldeados en yeso, dando la impresión de estar dentro de un tórax.
Juan les propuso que una subiera al escenario y la otra quedara al fondo del salón y que se hablaran en voz muy baja comprobando como se escuchaban, para demostrarles la perfecta acústica. Explicó que había sido concebido por Salamone para que se pudiera hablar sin micrófono, invento algo caro en esa época.
-No dejen de ver la escuela frente a la plaza y noten la cruz svástica en la puerta, y por supuesto la plaza, también diseñada por él, les dijo cuando las despedía.
Una vez en la plaza Felicidad hizo notar a Cintia el dibujo de las baldosas, en ángulos abiertos negros y blancos.

Alberti-049.jpg

En el centro hay una construcción circular con un banco para sentarse alrededor, gigantescos círculos que recuerdan hostias, ocho maceteros cuadrados, otro círculo interior, más maceteros con forma de urna, un centro sosteniendo cuatro brazos con luces esféricas debajo y más tiestos en los extremos y desde el centro algo así como un trompo con más luminarias esféricas y en el último centro un alto mástil.
Nadie puede describir correctamente ese artefacto que sirve a la vez para iluminar un poco, sentarse, poner plantas, sostener una bandera y acoger algo de agua. Sin embargo no es del todo desagradable sino extraño. Como si se tratara de un obsequio diplomático del principado de Marte.
La escuela ocupa el centro de la cuadra. Nueve ventanas alargadas divididas en tres series de tres.

escuela alberti salamone.jpg

La puerta de hierro plano tiene, en efecto, una manija que hace acordar a la cruz svástica pero en realidad es otra cosa. Son como dos “u” cuadradas y entrelazadas, una mas grande abierta hacia arriba y otra menor abierta hacia abajo.
Sobre esa puerta un alero curvo sostiene tres cuchillas de cemento. Dos mas cortas y una mas alta en el centro y detrás, pero al frente del edificio se alza una pequeña torre que remata en un yunque.
Todo blanco y, a diferencia de la descuidada municipalidad, perfectamente pintado.
Mientras miraban regresó Juan.
-No pueden dejar de ver nuestro parque municipal. La entrada también es del arquitecto.
-¿Usted puede indicarnos dónde es? dijo Felicidad.
-Son unas pocas cuadras. Todo queda a pocas cuadras. ¿Se van ahora o se quedan?
-No se que te parece Nela, dijo Felicidad mirando a su compañera haciendo un gesto para que el otro no la viera, pero estoy algo cansada y quiero volver. Por alguna razón quería deshacerse de Juan de manera amable.
-Yo también, dijo Cintia entendiendo el deseo.
-Entonces le pido Juan que nos indique y más tarde o mañana vamos por nuestra cuenta.
Juan les mostró como ir y después de saludarlas se fué 
caminando.

Alberti entrada parque municipal.jpg
-¿No viste como me miraba? dijo Felicidad como sacudiéndose algo de encima. Parecía como si me conociera.
-Lo que creo es que le gustaste y, la verdad, no está nada mal.
-¡Pero si es un viejo! Debe tener mas de cincuenta y le faltan dientes. ¿Te resulto tan vieja yo?
-No, solamente te cargaba con el candidato.
Caminaron un poco más, se hizo hora de volver al hotel y hacia allí se dirigieron.
A la noche sólo pudieron conseguir en el hotel un par de porciones de torta pascualina y ensalada de frutas de lata.
-Y los argentinos que nos jactamos afuera de que aquí se come bien, dijo Cintia.
-Bien mal. Siempre lo mismo, comida a base de carne, papa, harina y tomate en distintas proporciones. Ningún cocinero es imaginativo ni parece disfrutar de lo que hace. Parece que fuesen empleados públicos. De lo único que se cuidan es de no envenenarte demasiado rápido para evitar que se note y puedas quejarte.
Mucho más temprano de lo deseable y con bastante más calor del soportable las dos ya estaban en la cama poco después de las nueve de la noche.
-Esa pascualina tenía la masa demasiado gruesa. Se me va a ir derecho a la panza y a la cola, dijo Cintia.
-¿No te gusta tu cuerpo? Antes que me contestes te digo que a mi el mio no, dijo Felicidad.
-¿Que mujer está conforme? Pero vos no podés quejarte. Sos alta, tenés percha, buenas lolas...
-¿Por qué crees que uso siempre pantalones? Tengo feas piernas.
-Te las vi y exagerás. Mirame a mi. Estoy cuadrada de la cintura para abajo y mis tetas son muy chicas.
-Otra exageración, en todo caso. Estás muy bien, te lo aseguro. Solamente creo que deberías ponerle un poco mas de atención a tu pelo. No se por qué nos volvemos locas. Todos los varones te dicen que a ellos no les interesa demasiado lo perfecto.
-Pero solamente miran a las lindas. A veces me siento como si fuera transparente. No reparan en mi y veo como se pierden por seguir una buena cola. A lo mejor es por eso...
Se interrumpió, frenando la confesión que se avecinaba pero de una manera tan brusca que se notó, dejando en el aire la marcas de los neumáticos.
-¿Por eso que qué?
-Nada. La oscuridad del cuarto había protegido la intimidad de la conversación privándola de gestos y miradas.
¿Valdría la pena hablar del tema? ¿Lo entendería? ¿La pondría incómoda frente a ella? ¿Desistiría del viaje?
Felicidad no insistió.


6
A la mañana siguiente salieron del hotel y vieron la silueta de Juan sentado en una de las mesitas que había en la vereda. De nuevo se notó la incomodidad de Felicidad.
-Pensé que podría acompañarlas al parque. ¿No les molesta no? Es un poco mi función porque soy empleado municipal y el intendente me encargó que atendiera a los visitantes.
Desde la altura en que se encontraban se veía a la perfección el brillo de la calva ocupando una importante región del cráneo. El resto lo cubrían pelos ralos y grises.
Se miraron las mujeres pero ninguna de las dos encontró como negarse.
-Bueno, si es tan amable vamos, dijo Cintia.
-En este pueblo nunca pasa nada... ¿Usted ya había estado aquí verdad, señora? Se me hace haberla visto hace cosa de un año también visitando la municipalidad.
-Si, dijo cautelosamente Felicidad. En marzo del año pasado.
-Acompañada de un caballero si no me equivoco. ¿El papá de la nena? dijo señalando a Cintia.
Felicidad reprimía las ganas de plantar al inquisitivo, pero por haber vivido en un pueblo sabía por experiencia que era misión imposible.
-No es el padre, ella no es mi hija. O ella le resulta muy joven o yo parezco muy vieja.
-¡Disculpe! Siempre meto la pata. Mi madre me dice que soy incorregible y que nunca voy a aprender a dirigirme a las mujeres y que jamás encontraré novia de este modo.
-No importa, dijo Felicidad imaginando el cuadro del solterón en manos de una madre mas metida que el y torturante.
-Esa vez vino en auto... uno azul, creo.
-Si, azul.
-El señor tenía una máquina de fotos como esa. ¿Su novio?
-No. Compañero de estudios. Me parece que voy a terminar pensando que su madre tiene razón. Nela, mirá ese edificio que lindo frente, dijo intentando desviar la conversación.
-Es el hospital y tiene razón en lo otro, dijo Juan. A pesar de que es antiguo lo tenemos bastante bien. ¿Se quedan mucho tiempo con nosotros?
-Nos vamos mañana, respondió Felicidad.
A todo esto habían llegado a una avenida que daba a un parque arbolado. La entrada constaba de dos columnas de cemento de diseño salamonesco y letras de cemento que indicaban el parque municipal.
No necesitaron más de quince minutos para echar una mirada.
-Gracias Juan, dijo Felicidad. Nos vamos a quedar leyendo un rato sentadas en uno de esos bancos. Vaya nomás a continuar con sus tareas.
-A las órdenes, dijo y por fin comenzó a caminar alejándose de ellas.
-¿Algo denso, no es verdad? ¿Como pudo pensar que vos eras mi madre y yo tu hija? ¿Era tu ex marido quien te acompañó el año pasado?
-Si, era el. Como te dije tenemos buena relación y de vez en cuando hacemos cosas juntos.
A Cintia no le cerró la idea de un hombre casado nuevamente que quisiera o pudiera pasar varios días fuera de su casa. Menos aún con la ex mujer y para un viaje a un aburrido pueblo perdido en la provincia. Si de trampas se tratara bastaría con una tarde en algún hotel y en una ciudad en la que resultara menos ostensible la presencia de ambos. Pero Felicidad parecía segura. ¿Por qué se habría incomodado tanto con las preguntas de Juan?
Permanecieron un rato en el parque. Chicos solos o con sus madres jugaban en los juegos.

A la noche y ante la falta casi absoluta de alternativas para comer encargaron en el hotel unas supremas de pollo con ensalada.

Cuando llegaron para comer en el comedor había una sola persona sentada a una mesa con una botella de agua mineral a su frente: Juan.
Cintia percibió la furia de Felicidad.
-Buenas noches. Mil disculpas. No me tomen por pesado pero quería pedirle un dato a la señora que se me olvidó cuando nos vimos antes.
-Pensábamos comer ¿Que necesita? dijo Felicidad molesta.
-Es que... el señor que vino con Ud. el año pasado cuando le mostré el consejo deliberante creo que me comentó que era arquitecto y estaba estudiando la obra de Salamone. Si no recuerdo mal venía de Azul de ver otras obras y de aquí seguía al norte, a Junín o algo así. Aqui tenemos poca información sobre Salamone y me vendría muy bien tener el teléfono o mail para pedirle a el mas datos...
Mas molesta a medida que el otro hablaba, Felicidad procuró no hacerlo notar.-No tengo aca eses datos. Deme los suyos y cuando llegue a mi casa se los paso.
Juan tomó una servilleta de papel y anotó.
-Es el número de la municipalidad. Estoy alli todos los dias hasta las 13. Se lo recomiendo porque está empezando a venir gente al pueblo y hace preguntas. Tengo que aprender un poco que decirles. De paso ¿Quieren que mañana las alcance con mi auto a algún lado?
-Vamos a Azul dijo Cintia, provocando una mirada significativa de Felicidad.
-Un poco lejos. Son como cuatro horas de viaje. Tendrán que tomar algo en Bragado que queda más cerca. Las llevo hasta allí y las dejo en la terminal. Tendrán que esperarme que salga del trabajo al mediodía. ¿Está bien?
Las dos asintieron. Otra alternativa no había a la vista. Juan salió.
-Disculpame, veo que no querías que le dijera donde vamos, dijo Cintia.
-Es que no aguanto a ese tipo. Me siento acosada y no se bien por que. Es educado pero me mira fijo cuando me habla. ¿Que carajo quiere? No es físico, eso seguro. Es otra cosa. Pero a estos comedidos del campo no hay como escaparles. Tendremos que ir con el. Vos por favor sentate en el asiento de adelante.

Terminaron de comer en silencio y una vez que acabaron fueron a la habitación, se desvistieron y en la cama vieron televisión con el control remoto al mando de Felicidad. Cintia echaba de menos internet.
                                  ***
-Suban chicas, déjenme que les acomodo atrás las mochilas, dijo un Juan con sus escasos pelos bien acomodados en la calva y un olorcito a perfume. -Hay un ómnibus de El Rápido que sale a las 16 y 30 de Bragado para Azul. Es el único en todo el día. Poco después de las nueve de la noche llegarán a Azul.
Las hizo subir a su impecable Fiat Duna blanco, donde se acomodaron como habian acordado. El auto tenía unos cuantos años, acusados por las letras de su patente, que a Felicidad le resultaron un sarcasmo: "AUN".
-De aqui a Bragado tenemos mas o menos una hora. Pero en el camino hay un pueblo que se llama Mechita que quiero mostrarles. Nos desviaremos muy poco pero vale la pena, dijo mientras comenzaba a rodar. -Es un antiguo pueblo ferroviario en el que hay un gran barrio con casas de arquitectura inglesa de ladrillos, un enorme taller, vagones en desuso, locomotoras y hasta un pequeño museo.
Luego de dejar Alberti y andar algunos minutos por la ruta pavimentada se desviaron por un prolijo camino de tierra. A las dos les pareció algo deprimente la visión de ese enorme cementerio de hierros oxidados. Las famosas casas inglesas tenían también techos oxidados y construcción sencilla.
El rápido paso por el museo no les resultó más atractivo, con la exhibición de esos antiguos teléfonos y aparataje que había que adivinar nirando carteles o preguntando al entusiasta encargado del lugar.
A las dos y media estaban por fin solas, con sus mochilas en el bar de la estación terminal, un moderno edificio de ladrillos vistos y techo premoldeado, bastante decente como toda la ciudad.
-Felicidad quiero decirte algo, dijo Cintia con timidez. -Estoy contenta de hacer este viaje con vos. Pero hay cosas de mi que no te dije. Espero que las tomes bien.
-¿Que será? ¿Mataste a alguno? ¿Te busca la policía?
-No. No para tanto. Lo primero: Me llamo Cintia Fernández, estoy de novia con una mujer que se llama Nela y vivimos juntas en España. Yo usé el nombre de ella para sacar el pasaje a Vedia porque tuve una discusión con mi padre por esto, me fui de casa y pensé que podrían haber hecho una denuncia a la policía. Cuando me hablaste en Retiro yo todavía no sabía que iba a hacer. Vos me decidiste sin proponértelo y desde ese momento sos mi único contacto aquí. Con Nela me comunico por mail.
-¿Que te preocupa que sepa esto? Soy una mujer grande. Acordate que soy profesora de colegio secundario y que estoy al tanto de como van las cosas. Felicidad le tomó las manos y sin soltárselas le dijo: -Yo también te mentí, pero lo mio es peor, mucho peor. Pero te propongo que compremos los pasajes porque si se nos va el omnibus tendremos que quedarnos un dia entero aquí.
Fueron a comprar los pasajes. En la ventanilla no les pidieron mas que el número de documento, sin que tuvieran que mostrarlo. Ese día viajarían desde Bragado Analía y Carmen López.

¿Podemos hacer un pacto? Es de silencio. Dijo Felicidad cuando ambas estuvieron nuevamente sentadas.
-Lo que quieras, dijo Cintia llena ahora de confianza y cariño.
Felicidad fijó la mirada y tardó un momento en iniciar a hablar.
-Yo si maté a alguien. Mi licencia es de verdad y está bien justificada. Pero la verdadera causa no la conoce nadie, ni el médico que firmó el informe. La expresión de Felicidad se fué endureciendo.
-Vos me caíste del cielo. Yo estaba muy sola y la perspectiva de tener que estar en mi casa me volvía loca. A mi me interesa poco Salamone. Todo lo que se de el fué por acompañar al fanático de mi marido. Tarde o temprano te darías cuenta de lo que dijo ese inoportuno de Juan de que el viaje nuestro el año pasado continuaba hacia Vedia. Después te harías mas preguntas o me las harías a mi.
Cintia no acertaba a dar con la palabra justa y se sentía en el deber de hacer algún comentario. El cambio de semblante de Felicidad la asustaba, pero por otra parte le seguía durando el alivio por la comprensión demostrada sobre su relación con Nela. ¿Estaría viajando con una psicópata? Salvo Juan o la mujer del hotel o ahora la vendedora de los pasajes nadie sabía que iban juntas, pero por los nombres no podrían identificarlas. Sin embargo no le parecía estar al lado de una criminal.
-Que me decís, me asustas un poco. Pero no tenés por que decirme nada que no quieras.
-Te aseguro que me considero inocente, pero nadie me creería. No quiero un juicio. Lo que me pasó no lo vio nadie y hasta que me tropecé con Juan creí que nadie sabía que yo había estado esos días con mi ex marido.
-Pero... ¿Es el?
-Si. Te cuento y me vas a perdonar. Estoy segura. Ahora creo que tendremos que subir al ómnibus, dijo Felicidad viendo que se acercaba a la pataforma uno pintado de azul y blanco.
Era cómodo y de dos pisos como casi todos los que hacen trayectos largos en Argentina.
Una vez sentadas y comenzada la marcha pronto el paisaje repetido, la velocidad constante y el sol que se ponía discretamente las adormecieron. Ninguna quiso continuar por distintos motivos. Reclinaron sus asientos y se durmieron.
Despertaron en Azul cuando se encendieron las luces interiores. Bajaron. Era ya de noche y estaba bastante mas fresco. Cintia estaba vestida para el calor y sentía frio.
-Tomaremos un taxi, dijo Felicidad. Vamos al hotel Azul. Allí como en el 99% de los hoteles te darán una ficha y te pedirán que la llenes. Aquí no es costumbre pedir ni siquiera un cupón de tarjeta de crédito. En ese sentido los hoteleros son confiados y se guian sólo por su olfato.

1608-granhotelazul.jpg
Así fue. La rubia bonita de la recepción les alcanzó las fichas, informó la tarifa y nada más. Felicidad ofreció a la empleada pagar una noche y la chica gentilmente dijo que no hacía falta.
-Esto no es del todo inocente, dijo Felicidad a Cintia en el ascensor. Cuando te vas te ofrecen hacerte un descuento si no pedís factura. Compartís con ellos el IVA que no va para el Estado y todos contentos.
El hotel Azul es una gigantesca construcción de mediados de la década del cuarenta del siglo pasado, de estilo racionalista y unos seis pisos, con noventa habitaciones. Una enormidad para una ciudad que no es muy grande.
Tiene sectores totalmente reconstruidos con materiales modernos, alfombras nuevas, baños impecables y otros con los viejos mosaicos y habitaciones decrépitas. Hay estilos mezclados de las distintas épocas en que se encararon reformas o modernizaciones, algunas de las cuales fueron quedando también en el tiempo.
Parecía un poco despoblado. Les asignaron una habitación bastante digna con vista a la calle y a la plaza, en el segundo piso. El baño demostraba materiales bastante nuevos.
Cintia se asomó por la ventana y miró hacia la plaza. Lucía muy iluminada, a su alrededor se veía un edificio de estilo clásico con torre que resultó ser la Municipalidad, locales comerciales, algunos edificios de varios pisos, un teatro y una gran iglesia.
-Mañana te muestro todo, dijo Felicidad. Ahora vayamos a comer. No me olvido que te estoy debiendo terminar una confesión.
-Está bien. Comamos. Yo te aviso cuando estoy con ánimo para eso.
Comieron en un resto-bar de la esquina de la plaza y por primera vez en esos días Felicidad propuso una botella de vino. Era un cabernet riquísimo que casi terminaron. El dulce mareo las alejó un poco de la responsabilidad de hacer o decir algo más serio y se limitaron a disfrutar de las miradas de los demás comensales que marcaban claramente su condición de locales.
Vueltas al hotel Cintia en cuanto pudo fué a la computadora y abrió su correo. Allí estaba Nela.
Le contaba que había vendido bastantes adornos, la extrañaba y preguntaba por dónde andaba. Cintia le respondió con notas de cariño pero sin ir muy hondo. Sólo refirió los datos superficiales. El viaje, las obras de ese arquitecto y poco mas. Mientras cerraba el programa recordó que hacía varios días que no armaba ningún adorno. En su mochila tenía un poco de material y las dos herramientas. Decidió preparle a Felicidad algo que simbolizara la amistad y pensó en los delfines. Una vez en la habitación tomó con sigilo la mochila y escarbó un poco de material. Fué a ducharse y bajo el agua salieron de sus manos dos pequeños delfines de alambre plateado.


7

Durmieron bien y el siguiente día se presentó despejado, fresco, más seco y continental. Las dos sintieron la necesidad de comprar ropa mas abrigada. Salieron del hotel y cruzaron la calle hacia la plaza. En lugar de atravesarla, Felicidad indujo la caminata por la vereda del lado de la calle y a poco andar le pidió a Cintia que mientras caminaba mirara hacia abajo, hacia el piso.
-Veo que el piso se mueve, que ondula, como si fuera líquido o blando, dijo la sorprendida Cintia.
-Es que las baldosas son romboidales, no cuadradas como es habitual, y tienen unas franjas en ángulo que justamente producen esa sensación. Las diseñó Salamone. No se si a propósito o le salió de esa manera, pero todos los que caminan y miran sienten como un bamboleo que produce un poco de mareo. No es lo único que hizo aquí. El monumento a San Martín con esas curiosas rayas verticales rematadas en un ángulo semejante al de las baldosas, que encontrarás de nuevo en el respaldo de cemento de los bancos, en las bases de las farolas, repitiéndose la misma idea en cada objeto que le tocó diseñar.

PlazaSanMartin Azul.JPG


Cintia encontró no solamente ángulos sino círculos, cuadrados que no podían sino pertenecer a ese curioso artífice.
Saliendo de la plaza pasaron frente a la iglesia y al teatro Español y llegaron a una calle comercial arruinadísima por los gigantescos carteles publicitarios que en forma de aspas llegaban desde el frente del local hasta el medio de la calle. Pudieron comprar vaqueros, camperas de polar, medias, zapatillas y remeras de manga larga. Felicidad le hizo conocer también a Cintia la calle que corre a una cuadra en paralelo a esa y que es orgullo de la ciudad que se autodenomina “Ciudad Cervantina”. A lo largo de cuatro cuadras hay unas cuantas casas construidas en estilos diversos de arquitectura, en general bien conservadas. Al regresar entraron en la iglesia, espléndida construcción de principios del siglo pasado de estilo neogótico. Se sentaron en una de las últimas filas. Sólo un par de fieles rezaban desperdigados.
-¿Sos católica? ¿Creés en Dios? preguntó Cintia.
-De chica fuí a un colegio católico, de hermanas. En ese momento me sentí católica. Me casé por la Iglesia. Pero he dejado de ir a misa. Si te digo por qué te va a parecer ridículo. Fué cuando esos árabes voltearon las Torres Gemelas. Sentí ese día que si Dios realmente existiera no podría ser bueno. Esas muertes de inocentes, personas que estaban trabajando, sentí que me demostraban que Dios no se ocupaba de ninguno de ellos. Eso me enojó y enseguida me dí mas la razón porque se me aparecieron otras muertes, como las de los niños que enferman o en tantas otras situaciones injustas. El recurso de creer que pudieran ser la consecuencia de antiguos pecados cometidos por antepasados o por hijos de puta actuales, o la obra de un poderosísimo ángel malvado se me aparecieron ficticios. Cayeron con la misma velocidad que esas torres que veíamos en la televisión. No hago propaganda de lo que pienso porque deseo mucho estar equivocada y porque veo que las religiones traen consuelo e impulsan muchas obras buenas, sean o no falsas. También creo que los hombres y mujeres somos bastante mejores de lo que generalmente se dice. Una prueba de esto es que hemos tenido la suficiente piedad y cortesía colectiva hacia nuestros hijos y semejantes inventando dioses buenos y paraísos y vida eterna y recompensas en otro mundo. En fin… pero no me hagas mucho caso, dijo Felicidad con el aire de un médico que anuncia que te quedan pocos meses de vida.
-Yo… no se qué pensar, respondió Cintia después de un rato. Muchas veces le pido cosas a Dios, le doy gracias. Le di gracias porque encontré a Nela y le pido que lo nuestro dure. Le di gracias porque te encontré a vos.
-Hacés bien. Te puedo asegurar que no soy yo mas feliz con esas ideas que me dan vuelta en la cabeza y, cuando entro a una iglesia me gustaría poder sentirme parte de la afición. Pero ¿Te parece que vayamos al hotel a cambiarnos y hacer pis? Casi es la hora del almuerzo pero te voy a llevar a un paseo que prefiero sea con buena luz.
En el hotel se pusieron algo de la ropa recién comprada aunque a esa hora la temperatura había subido algunos grados y ya no se sentía frío.
Volvieron a la calle y cruzaron nuevamente la plaza hasta la parada de taxis.
-¿Conoce el viejo matadero? preguntó Felicidad al primero de la fila.
-Si. Suban.
El taxi las condujo fuera de la ciudad, por un camino rural y en menos de media hora estuvieron frente a un curioso edificio amarillo, absolutamente solitario en el medio del campo llano.
b-matadero-1.jpg

Este edificio es circular, como el matadero de Alem y tiene al frente una torre con una especie de hoja de cuchilla de cemento. Una alegoría u homenaje a la herramienta mas usada allí para despostar a los animales. Una exquisita guarda de salientes en forma de triángulos rodea todo el frente como una corona. Ya no funciona como matadero y actualmente es un descuidado depósito.
-Mi abuelo trabajó aquí, dijo el taxista. En aquel tiempo matar a los animales de faena aquí era lo más moderno. Vean la ganchera en el frente y el piso inclinado con alcantarillas para recoger la sangre, las ventanas pequeñas con mosquitero y las aberturas para mantener la ventilación. Antes de estos mataderos los animales se mataban y trozaban en el piso, sobre cueros. Imagínense la suciedad, el barro, las moscas. Esto fue un gran avance del gobernador Fresco que quería civilizar la provincia. Dicen que el que lo construyó fué un tano loco que también puso el frente del cementerio y la plaza, y que hizo unas cuantas obras en varios lugares. De vez en cuando vienen como ustedes personas que quieren conocer y sacar fotos. Y después de acá todos me piden conocer el frente del cementerio.
Ambas sacaron fotos, se hicieron fotografiar juntas por el taxista y se dirigieron hacia el cementerio de Azul.
El auto entró nuevamente a la ciudad y por una larga avenida desembocaron en una enorme construcción ubicada en el vértice del cementerio.
Felicidad despidió al taxista porque ahora estaban más o menos a un kilómetro y medio del hotel, que podrían hacer caminando.
Conformada con un gigantesco angel de cemento con una espada en la mano, dos alas del mismo material siguiendo siempre líneas rectas y ángulos, sin curvas. Ese ángel severo tenía a sus costados gigantescas lámparas votivas con llamas de cemento. Ese enorme conjunto, con las gigantescas letras R.I.P. imponía mas que nada respeto y sensación de pequeñez a quien lo mirara. Ese R.I.P. mas que un deseo parece una orden.
Miraron desde todos los ángulos esa monumental entrada. Detrás se ubicaba un cementerio pleno de construcciones en todos los estilos. Pasando un cerco Felicidad mostró a Cintia otro pequeño cementerio para no católicos con lápidas escritas en ruso, símbolos masónicos y otras en inglés.

cementerio-azul.jpg

-En Argentina todo se destruye y es difícil encontrar muestras de la arquitectura de cada época, porque los argentinos están más apegados al lugar en sí que a las construcciones. Por eso una y otra vez demuelen y reconstruyen siempre usando el mismo terreno y barrio. Pero esto no sucede en los cementerios. Nadie tiene aquí el coraje de demoler y así es que siempre conviene visitarlos porque se pueden ver todas las ideas arquitectónicas casi siempre bastante bien conservadas. Lástima que sean pequeñas y para ese uso, pero con un poco de imaginación se puede saber bastante de la historia del país, dijo Felicidad.
Caminaron un poco más en silencio y se dejaron invadir por la melancolía del lugar.  
Volvieron hacia el hotel y en el camino Felicidad le propuso a Cintia que al día siguiente viajaran hasta la ciudad de Rauch, a un poco más de 80 km. Se la notaba inquieta y finalmente agregó:
-Quiero esta noche contarte algo.

-Mi ex marido, comenzó Felicidad frente al flan con dulce de leche, engañaba a su nueva mujer conmigo. Se dió así: varios meses después de que nos separáramos, yo ya me había ido a Vedia, se me apareció en casa. Puso como excusa que necesitaba que yo firmara unos papeles para el divorcio. Era un argumento poco creíble porque podría haberme anunciado eso por teléfono, mandar los documentos por correo, pedirme que los imprimiera, que se yo. Me tomó por sorpresa y no me disgustó verlo. Estaba muy lindo, con una camisa nueva que le quedaba muy bien y yo estaba comenzando a sentirme demasiado sola. “La nueva lo cuida mejor que yo” pensé. Estaba mas delgado, había tomado sol, esas cosas que logran al principio las mujeres de los hombres. En fin, que algo se me avivó dentro. Tu ex marido es como andar en bicicleta. Una vez que aprendiste puede pasar bastante tiempo pero en cuanto te subís salís andando. Si ese fue tu hombre es difícil decirle hasta acá si y desde aquí no. La cosa anduvo sola. Me dijo “estás fuerte” y los dos sabíamos que eso significaba que le resultaba apetecible. Y era cierto. Yo me había estado cuidando bastante el peso, ayudada por la obligación de prepararme comida para mi sola. Un beso, un abrazo. Mil besos y mil abrazos. Se quedó esa noche y me hizo muy feliz. Me dijo que se separaría de su nueva esposa, que se había equivocado, que volvería conmigo. Disfruté las promesas pero yo lo conocía. Sabía que no se iba a animar y así fué. Le firmé los papeles diciéndole que convenía que siguiera con eso y que en definitiva no eran otra cosa que papeles.
-¿Se fué así nomás?
-Se fué esa tarde. Pero cada tanto, mintiendo a su nueva mujer, venía a pasar una noche conmigo. El viaje es larguísimo desde La Plata, unas cuatro o cinco horas. Pero saliendo al mediodía podía estar a la hora del mate, quedarnos toda la noche juntos y regresar a la madrugada para llegar a la primera hora de la mañana. Nunca dejó el auto estacionado frente a casa. Sabés como son los pueblos. Eligió una cuadra a eso de unos quinientos metros en la que está la comisaría, con varios patrulleros y autos chocados, además de los de los policías, y así no llamaba la atención. No salíamos a comer. La aventura quedaba entre nosotros. Esa venida de la que vos te enteraste fué hace un año, en marzo. El consiguió no se qué beca para analizar el estado de conservación de los frentes de los edificios de Salamone, para una universidad de Mar del Plata. Tenía que fotografiarlos, tomar medidas, cosas así y después preparar un informe. Todo el circuito lo planeó para poder hacerlo conmigo y a la esposa la conformó diciéndole que era un trabajo de la facultad. Fué como una pequeña segunda luna de miel. De paso conocí al famoso Salamone. Pasamos por varios pueblos, incluído por supuesto Alberti donde nos viera Juan y terminamos el recorrido en Vedia. Su auto está ahora en el fondo de la Laguna Gómez, cerca de Junín.
-Pero…¿Una laguna? ¿Hundido? ¿Qué le pasó?, dijo Cintia sorprendida. Hasta ese momento había seguido la conversación con un interés moderado, algo amodorrada por la hora y la comida, y, como quien camina con tranquilidad y nota la aparición de una piedra en el zapato sentía una incómodo cambio de registro. El relato hasta allí no prometía autos sumergidos. Mas bien auguraba un poco mas de sexo, romance y engaños del corazón.
-Ya voy a llegar hasta ahí. La noche que llegamos dejamos el auto a unas cuadras, vinimos caminando y, ya en casa, abrió una botella de champán para festejar. Yo tomo poco. El se despachó la primera y abrió otra, terminando bastante borracho. Quiso despejarse dándose una ducha. Cuando estaba en el baño oí un golpe fuerte. Entré corriendo y lo encontré caído en la bañadera, con el agua cayéndole encima y muerto. No tenía sangre ni nada. Así, simplemente, muerto.
-¡Que terrible! ¿Qué hiciste? ¿Llamaste a la ambulancia? dijo Cintia.
-No. Estaba realmente muerto. No había dudas. Pobre. Yo no sabía que hacer. Cerré la canilla. Me impresionaban los ojos y se los tuve que cerrar. Intenté moverlo y se me resbalaban las manos por su cuerpo mojado. ¿Qué hago ahora? Nadie sabía que él estaba conmigo. Te voy a ahorrar detalles. En mi patio había entonces un pequeño sendero de ladrillos para llegar al tendedero de ropa. Todo lo demás era tierra. Hice un pozo trabajando casi toda esa noche y lo enterré. Me tuve que bañar (y lo sigo haciendo) en el mismo lugar en el que econtró la muerte.
Regué la tierra, después llovió bastante y terminó alisándose al cabo de un tiempo. Fuí repartiendo la tierra sobrante que quedó bien acomodada. La misma noche de su muerte llevé el auto hasta la laguna de Gómez, cerca de Junín y pude hundirlo sin que asomara nada. Ruego para que no baje el nivel del agua. Después hice hacer ese alisado de cemento que vos viste por un par de callados y atentos bolivianos que están aquí en el pueblo y que, como todavía están con ese complejo de inferioridad que traen de su país no hablan con nadie, cobran barato y trabajan muy bien. A esta altura creo que ni deben acordarse de mí o de mi patio. Desde esa noche me siento mal, veo los lugares de la casa y solamente recuerdo lo desagradable. Pero no puedo irme de allí. Temo que se descubra. Cuanto mas tiempo pasa peor sería para mí, porque ¿Quién me creería? Estoy atrapada por una idiotez. Lo peor es que sé que a el lo están buscando porque su mujer hizo la denuncia a la policía y está en la lista de personas desaparecidas. En cualquier momento se les va a ocurrir ir a investigar a los pueblos que él tenía que visitar y sabrán que a todos iba acompañado por una mujer. Después será cuestión de tiempo hasta que lleguen hasta mi. Será tan fácil que hasta la policía de la Provincia de Buenos Aires podrá resolver el caso. Al menos me consuela un poco que él no había incluído a Vedia dentro del programa de estudios. Pero tampoco estaba especificado Alberti y ya ves, no pudo con su genio y fué justo allí donde estuvo el único tipo que puede denunciarme y reconocerme. Me estoy escapando. Por eso estoy haciendo con vos este viaje. Tenía que decírtelo.
Cintia se sentía incómoda con la situación, un poco usada, metida en esa historia rara. ¿Habría dicho Felicidad todo? ¿Sería cierto? Tenía licencia psiquiátrica. ¿No estaría un poco loca? El hombre ese existía, ya que había sido visto con ella. Pero ¿era el ex marido u otro? ¿se accidentó o lo mató ella? Por un momento prefirió haberse quedado en su casa con el bruto de su padre. Al menos con él nada era dudoso nunca. Las cosas eran blancas o negras. No encontraba qué decir y preguntó:
-¿Y si vas a la policía y contás todo? O, no se, consultás con un abogado. Por lo que parece acá en Argentina nunca condenan a nadie.
-Me asusta que por el hábito de no condenar culpables terminen haciéndolo conmigo. No tengo dinero para un abogado.
-Bueno, yo no puedo ofrecerte mas que mi solidaridad y compañía. Y hasta ahora vengo disfrutando de este viaje loco haciéndonos pasar por otras.
Se fueron a dormir sin hablar más, cada una con sus pensamientos. Cintia no fué a internet.
Al día siguiente salieron temprano del hotel. Decidieron caminar hasta la Terminal de Omnibus, a unas diez cuadras de allí. El ómnibus de la empresa Rio Paraná para Rauch salía a las 10 y 10, lo que les daba un margen para desayunar allí.
Una vez en el bar de la terminal Felicidad compro La Nación, la ojeó un poco y le pasó la parte principal a Cintia que se entretenía con la de espectáculos. Ella pasó mas o menos rápido las primeras páginas. Política, internacionales, economía. Nada de eso le interesaba jamás. Policiales en cambio si. Un suelto pequeño titulaba: “Allanan casa de joven desaparecida”. Seguía “en el día de ayer policías de la Provincia examinaron la casa de sus padres por orden judicial en búsqueda de elementos para la investigación de su desaparición. El padre hizo la denuncia hace unos días. Una vecina habría escuchado una fuerte discusión y ruidos provenientes de la vivienda el mismo día en que comenzó la ausencia de la joven, señalando que el padre es un hombre agresivo y violento.”
-Mirá esto, dijo Cintia. Me están buscando y sospechan de mi padre. Le alcanzó el diario.
Felicidad leyó. “Ahora somos dos las buscadas”, pensó. Qué difícil explicar todo esto.
-¿Qué pensás hacer?
-Odio a mi viejo. Es así como dijo la vecina: agresivo y prepotente. Un vago y muy confuso recuerdo que tengo desde los siete u ocho años me hace sospechar que en él hay un jodido abusador. Me encantaría que sucediera algo que le bajara un poco los humos a ver si por una vez se coloca al ras del suelo, por lo menos con las mujeres. Con los varones nunca se hizo demasiado el malo. No voy a salir corriendo para decir que estoy aquí. Pude no haber leído el diario. Si lo metieran preso llamaría para que lo sacaran porque no llego a tanto. Seamos como Thelma y Louise y vayamos pensando sobre la marcha algo para que lo tuyo quede aclarado. Creo que no te puedo perjudicar con mi compañía porque todos los que hasta ahora nos vieron pueden atestiguar que las dos parecemos disfrutar de estar juntas y que no doy el target de secuestrada.
Felicidad levantó los hombros y dirigió la mirada al ómnibus de Río Paraná que ya estaba recibiendo pasajeros en el andén. Allá fueron y una vez sentadas, completó:
-Como digas. No quiero volver a Vedia ahora. Se estremeció. Estoy con licencia. Me siento sola.
El trayecto a Rauch dura algo más de una hora por una ruta solitaria que atraviesa campos sembrados o con vacas de cría, en esa época del año con sus terneros. La ciudad es como casi todas las de la provincia de Buenos Aires, salidas del diseño de un tablero de dibujo hace unos ciento cincuenta años. Con rectas avenidas, la infaltable plaza central, en este caso bien grande, de casi cinco hectáreas, dentro de la cual está emplazado el edificio municipal diseñado por Salamone.
Ubicado de este modo y rodeado de espacio verde es posible contemplarlo en todo su entorno. Alargado, de dos plantas, de perfecta simetría y con una alta torre cuadrada en el centro, sobre el acceso principal.
-Fijate que a diferencia de las municipalidades de Alberti y Vedia, con motivos horizontales, aquí el arquitecto puso unos apéndices verticales que dan la impresión de un castillo medieval con almenas. El único detalle curvo es esa arcada del acceso a la puerta principal, aunque también recuerda la entrada de carruajes a un castillo.

800px-Palacio_municipal_de_Rauch.jpg

El día era muy lindo, templado, con algunas nubes oscuras, semejantes a las que cada una sentía desplazarse por su espíritu.
Caminaron por los parques, comieron algo y a las cinco de la tarde estuvieron en la terminal de ómnibus para tomar el que las regresaría a Azul.
No hablaron durante el viaje. A las dos les resultó mejor postergar una charla para la habitación del hotel.
-Cintia, dijo en la habitación Felicidad, mirando hacia la plaza y dándole la espalda. Es mejor que nos separemos aquí. Que no sigamos juntas. Vos no tenés un problema verdadero y lo mejor sería que no siguieras postergando decirle a tus viejos por donde andás y tranquilizarlos. Sobre todo tu madre parece no merecerse esto. Basta con un llamado por teléfono. No estás obligada a verlos. Podés dejar constancia en la comisaría de aquí para que ellos se pongan en comunicación con los otros. Después podrás seguir viajando porque estás en todo tu derecho y nadie te lo va a impedir. Pero yo si puedo estar siendo buscada por algo grave y a lo mejor, queriendo dar con vos, terminan encontrándome a mi.
Cintia sintió que se le movía el piso. Siempre le pasaban estas cosas. Apenas encontrar a alguien con la que se sentía tan cómoda que se le daba vuelta o, prácticamente, la echaba.¿Qué motivo le había dado a Felicidad? Desconfiaba de ella. O le tenía miedo.
-Me estás echando, dijo finalmente.
-No digas así. Propongo una separación. Ninguna echa a la otra. Es que me parece mas seguro, dijo volviéndose para mirarla.
Cintia se acercó y la abrazó. No pudo evitar que le brotaran lágrimas.
-No te pongas así. Felicidad retribuyó el abrazo un poco incómoda, pero le acarició el pelo. Temió que la efusión avanzara, recordando el romance de esa chica con otra mujer.
-¡Sigamos juntas un par de días! No me obligues a decidirme ahora, dijo Cintia llorando.
-Está bien, nena no llores. Pero así estamos llamando la atención. Quedémonos aquí en Azul mañana, vayamos al parque y a la noche… a bailar ¿qué te parece? Ya estuve viendo que nuestro ómnibus para Laprida, próximo punto al que quiero llevarte, sale a las 2 y 45 del domingo. Tenemos tiempo de algo de joda. ¿Te incomodan los varones?

-No me incomodan. No me llevan el apunte. No les gusto.

-Dejame que te enseñe un poco. Te apuesto a que para la noche cada una va a estar acompañada.


8

Amaneció algo fresco pero con sol. Al mediodía ya habían devuelto y pagado la habitación. Caminando con sus mochilas llegaban a las puertas del parque de la ciudad con esa sensación de ligero desasosiego del que sabe que no hay por allí un lugar con cama donde refugiarse, aunque en la realidad no lo necesite.


parque Sarmiento Azul.jpg


Dos altas columnas art decó de nuestro arquitecto, que recuerdan a las de Alberti, marcaban la entrada al parque Sarmiento. El espacio lleno de árboles continúa hasta la orilla del arroyo Azul, nombre imaginativo que nada tiene que ver con el color de sus aguas. Ingresaron y pronto encontraron donde ubicarse. Felicidad comenzó a explicarle a Cintia cómo se conquista a un varón.

-Primera cosa: a los varones les gustan las mujeres. Siempre están dispuestos a encontrar en nosotras alguna cosa que les vaya bien. Exactamente al revés que a las mujeres les funciona la mirada. Nosotras vamos de defecto en defecto, ellos buscan qué pueda gustarles. Segundo: no son pretenciosos. Casi todos los tamaños o formas de tetas tienen algún admirador, igual con las piernas o las colas, los ojos o el pelo. Nuestro arte es arreglárnoslas para que de entrada resalte lo que vos creas que tenés mas lindo. Si lo conseguís, entran solos. Tercero: nunca pienses que estás por conocer al hombre de tu vida. No busques al perfecto porque no nació o no pasará hoy por el parque. Hacete a la idea de un tipo con el que puedas hablar un poco y con el que no te sientas sola. Cuarto: no hables demasiado ni te rías fuerte. No te quieras hacer pasar por inteligente o culta. Si hablás en tono bajo, si no se te entiende, mejor. Sonreí y reíte con sus chistes, no con los tuyos. Quinto: si el avanza y te quiere tocar o darte un beso, dejalo solamente cuando vos también tengas ganas. Para rechazarlo usá poca energía y que se note. Allá hay dos ¿qué te parece?

-¿No son muy chicos?

-Yo te pregunté si te gustaban, no la edad. Para mí es suficiente con que no tengan la edad de ser mis hijos o alumnos del colegio.
-Mal no están.
-Ahora comentame algo, reíte y echá una mirada rápida hacia ellos.
Así lo hizo Cintia, asombrada de lo bien y natural que le había salido la representación. Los dos disimuladamente las habían mirado, con un poco de timidez.
-Ahora, cinco minutos de indiferencia. Tenemos que conversar solas, tranquilas, sin mirarlos jamás, como si no existieran. Vamos a ese banco y al minuto estamos leyendo. Si les caímos bien tendrán tiempo suficiente para armar algún plan y venir a hablarnos. No te preocupes. Si esto no funcionara hay un plan B, otro plan C. Perdé cuidado. Ojo, somos alumna y profesora en viaje de estudios.
Cintia se sentía extraña. Nunca en su vida había hecho algo así. Esperaba siempre el avance del otro y así terminó aceptando a una mujer, ahora se daba cuenta, porque la otra dió el primer paso. Pensó que si hubiera tenido hermanos o hermanas o cuando menos primos ya habría sido instruida. Pero hija única de un padre bruto y una madre resignada, nada había aprendido en ese terreno. En su casa no hubo gestos de amor entre sus padres. El bisoño compañero que la inició sexualmente no aportó mas que el pene y la inexperiencia.
Después de unos minutos el que parecía mayor de los dos se acercó donde estaban ellas:
-Disculpen. ¿no son de acá verdad?
-No ¿en qué se nota?
-No sé. Acá nos conocemos casi todos y a mi amigo y a mí nos pareció que no las teníamos vistas de ningún lado. Vos te parecés a una chica que atiende la YPF de la ruta 3, por eso te miré. Estaba vestido a la moda de gaucho de ciudad: camisa buena a rayas, campera también bastante cara acolchada y sin mangas, boina tejida bordó con los bordes caídos, vaqueros y zapatos algo desteñidos, marrones. Le faltaba el pañuelito anudado al cuello. Hablaba un poco con la zeta universal de la provincia de Buenos Aires y se devoraba las eses finales para no parecer pedante o porteño.
-¿Gano o pierdo en la comparación? dijo Felicidad con tono juguetón.
-No tiene nada que hacer con vos… soy Alberto. Y aquí mi amigo, Esteban, alias Esti.
El nombrado se acercó al ver que la conversación continuaba. No pasaban de los 26 ó 28 años, tal como pensó Cintia, que seguramente conservaba mejor vista de lejos que su compañera.
Se presentaron.
-Muy lindo parque. Dijo Cintia.
-Es nuestro orgullo en Azul. Los fines de semana se llena
-¿Ustedes son de Azul? preguntó a Esteban.
-El si, dijo señalando a Alberto. Yo soy de Chillar, que está muy cerca de acá. Somos compañeros de trabajo en Telefónica, en la parte de internet. Nos avisan de los reclamos por celular y por eso podemos estar en cualquier parte de la ciudad mientras no haya pedidos. Es muy cómodo. A veces estoy en el gimnasio cuando me llaman. A la empresa no le importa dónde estamos sino que cumplamos con los minutos que tenemos para ir a dar el servicio.
Esteban se estaba dirigiendo a Cintia, que era la que le había hecho preguntas y Alberto hablaba con Felicidad. Se habían separado un poco en dos grupos. Cintia se esforzaba por seguir las lecciones de su amiga y presentaba una expresión distendida y risueña.
Al poco tiempo todos habían mentido un poco, exagerado algunas virtudes, disimulado defectos y ya estaban sentados sobre el pasto, cerca de donde antes estuvieran los varones que enseguida les ofrecieron mate. La tarde fué trayendo mas calor. El sol se filtraba entre las hojas de los eucaliptos y nadie parecía tener problemas con internet en Azul. El parque despoblado, el calorcito y la paz ayudaban a que las conversaciones se hicieran en un tono mas bajo.
Alberto y Felicidad se alejaban caminando por la orilla del arroyo. Sobre Cintia una inesperada neblina le impedía ver con claridad mas allá de la cara de Esteban. Se preguntaba -sin interesarse demasiado por la respuesta- si esto sería verdad. Esteban parecía formal y tímido, pero mostraba síntomas de que a él también le había picado algo. No se habían tocado. En cambio allá lejos Felicidad y Alberto maniobraban semiocultos por el tronco de un árbol.
-¿Podés vivir de las artesanías?. Yo tenía idea que los artesanos le daban a la hierba y nada mas les importaba.
-Por lo menos allá en España se puede. Fijate que pude pagar el pasaje y ahora estamos paseando con mi amiga y yo me pago mis gastos. Mientras decía esto rebuscó en su mochila un pedazo de alambre azul y se puso a torcerlo con maestría hasta darle la forma de un pequeño tubo de teléfono. -Tomá, un recuerdo.
Esteban tomó el pequeño adorno y le dijo: ¿Podés besarlo antes? y se lo volvió a dar.
Cintia lo besó con un estremecimiento, cerrando los ojos. Antes de volverlos a abrir sintió un beso rápido. Los dos se mantuvieron silenciosos por un rato.
A la tardecita los cuatro se conocían lo suficiente para que las mujeres accedieran a ser llevadas a Laprida por ellos. Ninguno comentó detalles, pero resultaría obvio que esto implicaba que pasarían todos la noche en esa ciudad.
Tomaron con el auto la ruta 3, luego la autopista de la ruta 226 hasta Olavarría, allí siguieron por la provincial 76 hacia el sur y en el cruce con la ruta 86 tomaron por esta a la izquierda hasta la avenida de entrada a Laprida.
A las nueve ya estaban entrando en la ciudad. Los recibió una larga avenida que presentaba a sus costados una fila de árboles destruidos por una poda salvaje, poco mas que pobres troncos con muñones. Una hora después habían conseguido dos habitaciones en el Hotel Laprida y estaban comiendo en el comedor sendas “minutas”: lo de siempre, sin importarle a ninguno el menú.
En algún momento terminaron, fueron a las habitaciones, se reunieron los cuatro en una, se fueron dos a otra. Para Cintia la noche fué de reencuentro, magia y ternura. Esteban resultó un extraordinario y alegre compañero que dejó el sexo para el final, cuando ya ningún reparo quedaba por vencer.
Esteban y Alberto se tragaron que una era arquitecta y la otra alumna, o no les importó demasiado. Felicidad se había encargado de hablarle a Alberto de las obras de Salamone en Laprida que éste por supuesto había visto muchas veces en su vida sin reparar en que podían tener algo de notable o especial. En cambio esta arquitecta llegaba de noche, por primera vez al pueblo y parecía como si ya conociera todo.
Al día siguiente fueron los cuatro hasta la municipalidad, edificio que hiciera el arquitecto, como así también varios objetos de la plaza que está al frente.

Municipalidad Laprida.JPG

El edificio municipal está diseñado con un bloque central en el que se encuentra la puerta de acceso, una alta torre (mas alta que la torre de la cercana iglesia), dos bloques laterales, todo conformas rectas y perpendiculares. El reloj funciona todavía.
Al frente, en el centro de la plaza hay un objeto circular cuyo uso parece mas bien decorativo porque no tiene mástil, en el que prevalecen las curvas, círculos.

Laprida plaza.JPG

Dicen que también se debe a Salamone una casa particular en estilo art decó que está al lado de la comisaría.
Luego de recorrer un poco la plaza fueron hasta el cementerio, a unos dos kilómetros del centro, en el que pudieron ver la entrada, con una cruz monumental, visible desde lejos, con un Cristo en cemento facetado que muestra sus manos clavadas con los dedos meñique y anular encogidos. Esta misma disposición de la mano se advierte en todos los Cristos de las obras de Salamone. Parece ser un símbolo gnóstico. Al pie de esa cruz tres conos gigantes dan acceso al cementerio, a la capilla de responsos y a otra sala.

cementerio Laprida.jpg

Es una obra colosal, en el medio de la llanura, insólita en un pueblo pequeño. De tal manera que detrás de ese imponente frontis las tumbas son pocas y lo seguirán siendo.
Cerca de allí se encuentra el deteriorado matadero.

matadero Laprida.jpg

A Alberto y Esteban les impresionó en particular la entrada del cementerio, y la cercanía con tumbas y lápidas y señales extrañas no alcanzó a reducirles el entusiasmo por las mujeres que acababan de conocer.
A la tarde Alberto y su amigo tenían que regresar a Azul. El uso de la Partner de la empresa para un uso particular llegaban a su punto de máxima tolerancia.
-Chicas, lo siento dijo Alberto. No tenemos mas remedio que volvernos a Azul. ¿Cuál era el próximo lugar que tenían que visitar? preguntó.
-Nosotras vamos a Coronel Pringles.
Los dos muchachos se miraron.
-Yendo rápido tardaríamos una hora y media, dijo Esteban. Si quieren las llevamos, las dejamos en el hotel y podemos volvernos.


9
Recogieron las cosas del hotel y al anochecer habían llegado a Coronel Pringles. A todos les costó la despedida. Se dieron números de teléfono, direcciones de correo electrónico y se besaron antes de separarse.
Se alojaron en el Hotel San Carlos, registrándose con sus nombres simulados sin problemas.
Cintia ansiaba poder estar a solas con Felicidad. El viaje en grupo no había dado oportunidad de una conversación privada. Una vez dejado el escaso equipaje la abrazó y le dió un beso.
-¿Lo viste? Suave, linda voz, atento, caballero, buena onda y bastante fuerte ¿no?
Se sentía ligeramente en el aire -¿y el tuyo?-
-También me gustó. Es que los hombres del interior te tratan de otra manera.
-Mucha diferencia con los españoles. Allá son poco atentos y me parece que somos las mujeres las que los hemos acobardado haciéndonos las autónomas. Muchas rechazan las cortesías con el argumento de que es conducta sexista. A mi me encanta que me arrimen la silla. No me siento menos por eso.
Felicidad evitó cualquier comentario sobre la previa inclinación de Cintia hacia Nela y tampoco se jactó de sus propias aptitudes docentes en la disciplina, aunque disfrutó mucho que a su amiga le hubiese ido tan bien con tan poco. Los dos muchachos le habían parecido agradables para esa aventura pero, al menos el que a ella le tocara no había calado demasiado hondo. Disfrutó con alegría un poco de sexo vigoroso y juvenil, de una compañía entusiasta, pero los temas en común no abundaron. Demasiadas referencias a cuestiones técnicas del trabajo, de la camioneta, de las obras públicas del camino, del mal estado de los ferrocarriles, y de los sembrados podían ser toleradas un cierto tiempo pero seguramente se hubiese cansado de dar respuestas amables pero desinteresadas. Cintia, en cambio, parecía tocada a fondo. Mejor así. En una de esas era la oportunidad de que se aficionara a otra persona y buscara un rumbo propio. Decidió esperar los acontecimientos y ver la evolución natural. Por ahora podrían pasar un par de noches allí y si Cintia no se decidía a buscar de nuevo a su amigo no habría otra alternativa que la de continuar el viaje. Las esperaba un paisaje mas atractivo que la monotonía pampeana que les había tocado recorrer hasta ahora.
El anunciado wifi no funcionaba y Cintia agradeció interiormente la incomunicación, porque no sabría cómo trasmitir el episodio a Nela. 
¿Que sensación produce la llanura que las rodeaba esa noche? Una calma inacabable. Nada parece perturbarla. Sus cursos de agua se descubren recién al estar frente a ellos. Ni siquiera tientan a algún árbol para decidirse a crecer a sus orillas. No hay sierras y algunas ligeras ondulaciones de terreno no bastan para alterar la chatura de siesta. Es verde en verano pero solamente por las hierbas que en invierno se tornan amarillas. Nadie sabe muy bien por qué en esta inmensidad del tamaño de España o de Italia no crecían árboles. Era un páramo sin bosques, y sus habitantes originarios jamás construyeron ciudades ni plantaron nada.
Los indios Pampas no conseguían quedarse quietos en ella. La ausencia de montañas acentuaba su desnudez y su inquietud: poco duraban en cada lugar. A poco de llegar sentían que tenían que irse... y nada los detenía. Ni un gran río, ni un desierto, ni quebradas.
Nunca consiguieron asentarse lo suficiente para hacer un pueblo. Todo en ellos era transitorio.
El silencio que los rodeaba apenas era quebrado por algunos pájaros extraños que, casi sin árboles para anidar, lo hacían en el suelo o al borde de las lagunas.
Por eso aprendieron a gritar. Ululaban para sentirse vivos.
El español sintió lo mismo. Pudo asimilar las sierras de Córdoba, la selva Misionera, los Andes o la Puna. Pero la pampa le resultó inentendible.
Los indios enseguida supieron de esta incertidumbre hispánica y como incomprendidos amigos les hicieron oposición y guerra, acaso para darles la oportunidad de que no les faltara el idioma beligerante que sí comprendían. Al tener que pelear con los indios los españoles encontraron el límite que la pampa no tenía y las fronteras fueron esas. Las del fin y comienzo del territorio de los salvajes.
Pero llegó el día en que toda esa tierra estuvo relativamente bajo el orden de los conquistadores, sus descendientes y de los descendientes de la indiada, imbricados ambos en la nueva raza que se llamó “criollos”.
La nueva calma civilizada produjo en los hombres venidos de otros paisajes una sensación de angustia. Algo había que hacer para que allí pudiera haber sombra y cobijo.
Una de las primeras ocurrencias, en el siglo XIX fué la de fomentar la plantación de pequeños bosques, que aquí se llaman “montes”. La angustia por la amplitud inacabable justificó que se eligieran árboles australianos gigantescos. Los eucaliptos, que terminaron alcanzando en esta llanura el doble del tamaño que acostumbraban en Australia, dieron lugar a altísimos montes que en muy pocos años decoraron entradas a las estancias, parques, y generaron reparo de sombra para el ganado.
Había cambiado el paisaje, pero la inquietud persistía. Llegaba la hora de inventar poblaciones. Fueron distribuidas, con sencillez, a la distancia que podía recorrerse en una jornada de carreta con bueyes. La chatura permitía decidir cualquier orientación posible y sólo se utilizaron dos: la perpendicular norte-sur para una calle y este-oeste para su transversal, o la perpendicular noreste-sudeste y noroeste sudoeste. De esta manera el sol daba de lleno en unos frentes a una hora del día y en los contrarios a otra hora, o casi todos disfrutaban del sol en la ubicación en rombo. Pero siempre, siempre, las calles daban lugar a dameros perfectos, con manzanas de una ha.
Siguieron en esto las antiguas consignas de las Leyes de Indias para las nuevas ciudades, que aseguraban a todos el derecho de entrar, salir y transitar libremente por ellas, sin muros exteriores, sin fosos, sin portales.
La edificación nunca pasaba de la planta baja, o quizás de un primer piso. Para el viajero que se acercaba por el polvoriento camino resultaba difícil adivinar, que un pueblo se avecinaba.
Generalmente se destacaba la torre de la iglesia, que cumplió con su papel de marcar el centro del pueblo y congregar la vida ciudadana hasta que, a principios del siglo XX nuevas ideas concibieron la necesidad de confinar a los curas a roles espirituales y acentuar la separación entre Iglesia y Estado.
Esos hombres habían fracasado en su propósito de hacer algo distinto con el llano. La homogeneidad de la pampa impuso una vez mas su ley y todos los pueblos resultaron el mismo pueblo.
Algo había que hacer para quebrar esta monotonía.
Esta necesidad debe haber acicateado la imaginación de Francisco Salamone.
¿Qué hacer para darle identidad a esos pueblos?
¿Qué clavarle a la pampa para que perdiera su chata rutina?
Salamone creyó encontrar la solución:
Para la planicie, un tratamiento a base de torres esbeltas, visibles desde kilómetros.
Para la sensación de mar que da la pampa: barcos siempre anclados en ella. La Municipalidad de Guaminí semeja un transatlántico fantasma anclado a doscientos kilómetros del mar, sobre una modesta laguna.

municipalidad Guaminí.jpg

Para la monotonía y tedio: modernidad.
Para lograr la separación entre el Estado, representado por la Municipalidad y la Iglesia, sus torres siempre son mas altas que las del templo vecino o enfrentado, marcando quien prevalecerá de aquí en adelante.

¿Son edificios bellos?
Es muy discutible. En materia de gustos hay demasiado escrito.
Quizás sea éste su principal hallazgo: las construcciones inquietan. No es posible abarcarlas o entenderlas. En todas las ciudades hay algo especial entre los habitantes y los edificios de Salamone. Algunos los odian y han tratado de convertirlos en otra cosa, otros las ignoran aunque sea lo primero que se vea al ingresar al pueblo (como el estupendo matadero de Guaminí).
Guamini matadero.jpg

El viaje las había alejado a unos quinientos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, hacia el sur. Se sentía un clima mas seco y fresco, con algo de viento. La vista del paisaje resultaba algo mas árida, aunque continuara prevaleciendo el verde.
Las dos mujeres durmieron muy bien y al día siguiente, durante el desayuno, Felicidad instruyó a su amiga. La notó todavía pensativa y soñadora, pero igualmente atenta.
-Para aquellos que gustan de la obra que venimos viendo, esta ciudad es especial. Aquí en Coronel Pringles Salamone pudo diseñar y construir varias cosas: el edificio municipal, la plaza central, las fuentes, los bancos de la plaza, luminarias, hasta el plano de la plaza para poder ubicar el edificio municipal en un centro rodeado de verde y un matadero municipal hoy en desuso. Todas esas construcciones que vamos visitando las hizo prácticamente al mismo tiempo, en no mas de cuatro años. Para supervisar las obras viajaba en un avión propio y llegó en uno de esos años a batir el récord mundial de horas voladas por un piloto particular. Yo creo que el hecho de que él pudiera ver sus obras desde el aire -lo que casi nadie podía en ese entonces- debe haber influído mucho en las formas, que se aprecian mejor desde arriba. Así pasa aquí. La plaza, vista desde un avión, muestra la silueta de una lira que no se descubre al nivel de la calle. En las volutas de la lira hay ubicadas simétricamente fuentes y en el centro, el edificio municipal une ambos lados del instrumento. Este pueblo es uno de los pocos en los que sus habitantes tienen alguna conciencia del valor arquitectónico de su edificio municipal, la plaza y el entorno. Ahora vamos a caminar un poco y te muestro.
-De acuerdo, recitó Cintia.

                         Caminaron toda la mañana, rodeando la plaza y su curioso edificio municipal y luego fueron hasta el viejo matadero, hoy semiabandonado. Regresaron y se sentaron en uno de esos bancos con maceta o macetero con lugar para sentarse, según cómo se vea.

-Ahora decime qué pensás, preguntó Felicidad.

-No puedo decirte que todo lo que me mostraste hasta ahora me haya gustado. Entiendo mas los techos de tejas a dos aguas, o esas construcciones inglesas de ladrillo rojo como las de las estaciones de tren que hay en todos estos pueblos. Sí me impresiona pensar que fué un solo tipo el que haya podido en cuatro años dibujar y construir tantas obras. No me parece que él mismo haya querido hacer algo “lindo”. Debe haber tenido alguna idea, no sé bien como decirte, una forma que indicara desde fuera el destino, el uso que le sería dado, pero para ser entendida por iniciados. En el matadero que vimos hoy y en el de Azul me pareció que esa forma vertical es una clara cuchilla de matarife o carnicero gigantesca. En los edificios municipales la torre es bien alta y con un reloj, marcando así las horas mejor que la iglesia. No alcanzo a entender demasiado los cementerios que vimos. ¿No se pelea un poco con la Iglesia con esas formas raras? ¿Quien se sentirá confortado de tener a sus familiares difuntos rodeados de conos, ángeles exterminadores y cosas así? Mas bien te amenaza, te pone intranquilo. Hasta los cristos son de expresiones duras y llenas de ángulos.

-Si… si, dijo Felicidad pensando en otra cosa.

Se hizo un silencio.
-¿No te parece conocido ese Duna blanco que está allá estacionado? ¿No es el de Juan? preguntó Felicidad.
-Es parecido pero debe haber miles de esos autos. No recuerdo nada más que era un coche blanco chico, dijo Cintia.
-Es ése, estoy seguro, me acuerdo que la chapa empezaba con AUN y me resultó apropiada para un auto viejo en buen estado. ¿Que hace acá?
-¡Qué chico es el mundo! se oyó decir detrás a una inconfundible voz, confirmando la incómoda presencia.
Juan se había acercado y se encontraba ya muy cerca. Vestía nuevamente un impecable atuendo fuera de moda. Camisa estampada con cuello excesivamente alto, corbata finita. Todo antiguo y en buen estado, seguramente conservado con lavados a mano desde tiempos inmemoriales por la mamá del solterón.
Las dos se volvieron y cada una ensayó un gesto mínimamente comedido y algún murmullo de saludo.
Se dirigió a ambas con el tono cordial que recordaban. Felicidad creyó percibir, sin embargo, un ligero matiz de emancipación en la voz. Ya conocía esa actitud de la clase baja cuando cree que ha cambiado la relación de fuerzas con el superior, pero procura mantener el trato algo servil de costumbre.
-¿Casualidad no es cierto? dijo Cintia que también había percibido algo extraño en el encuentro.
-Estaba seguro que nos encontraríamos de nuevo pero no me imaginaba dónde. Cuando el intendente de Alberti me pidió que viniera hasta acá para pedirle unas firmas al de aquí -los dos politiquean en en mismo partido- me acordé que ustedes visitaban edificios y plazas de Salamone. Malicié que acá las vería.
-Nos agarra ya casi dejando el pueblo, dijo Felicidad.
-Qué apuro profesora. Parece que estuviera escapando.
-Es que ya sabe, tenemos que seguir el viaje para estudiar.
-Yo pensaba convidarlas a la noche. Un amigo hará un asado. Dice que yo soy buen parrillero y cuando caigo por acá siempre organiza uno.
Las dos se miraron un poco desesperadas, sin argumentos decentes para negarse.
-Bueh, ¿qué opinás? dijo Felicidad mirando a Cintia, tratando de trasmitirle un “no” que no fuera perceptible para Juan.
Cintia no pudo escapar una vez más a su propensión a decirles a todos que sí.
-Un rato podemos ir.

10
-No sé que vas a hacer de tu vida si no aprendés a negarte de vez en cuando, recriminó Felicidad a Cintia cuando estuvieron solas en el hotel. Este tipo no me gusta y seguramente los amigos serán tan pesados como él. Debe pensar que somos fáciles y tendremos que espantarlos como a moscardones. Para colmo el tren que de acá nos lleva a Saldungaray pasa por la estación a las cinco y media de la mañana y tendremos que madrugar.
-¿No hay uno mas tarde? preguntó Cintia aprovechando ese dato para no responder a la crítica.
-Ni mas tarde, ni mañana, ni pasado. Solamente hay dos trenes por semana o el mismo que va y vuelve si querés.
-¿Y si hay uno solo por qué a esa hora? preguntó Cintia.
-Me doy cuenta de que me estás distrayendo, pero no importa. Te quiero igual. La razón existe y es bastante larga de contar. Ahora estoy cansada. Tendremos tiempo en el tren para que te explique un poco por qué a la Provincia de Buenos Aires la gobierna siempre un rehén del presidente de Argentina, y qué relación tiene esto con el horario del tren.
El wi fi presentaba en las pantallas una tenue línea que no alcanzaba para navegar por ninguna página.
A las 9 de la noche estaban listas y pocos minutos después Juan pasaba a buscarlas.
El asado resultó ser en una casa de un barrio construído por el Estado. Originariamente todas iguales, hoy no quedaba una como la otra. Alguna ahora enrejada, la de al lado con cerco y la siguiente sin nada, ampliaciones de habitaciones sin terminar o revocar, pintura de diferentes colores, ventanas convertidas en quioscos, jardines perfectos acá y yuyales en la vecina. Las veredas de anchos, colores y alturas variables. Un cuadro perfecto del individualismo.
El matrimonio dueño de casa -una pareja sesentona con un ojeroso hijo soltero todavía con ellos- enterados de la visita de las dos forasteras había dispuesto una tabla con caballetes en el patio trasero. Cubierta con un mantel plástico que el viento arremolinaba, los platos de madera anunciaban claramente lo que sobre ellos se iba a ejecutar.
Toto (el apellido era algo así como Rasmussen, luego se enterarían que era hijo de dinamarqueses) un hombretón enorme, con algunos pelos rubios todavía en su enorme cabeza, expansivo, les trituró los dedos al darles la mano. La mujer una criolla. Delgada, bajita, callada, pero completamente dueña de los dos hombres. Lili según la presentaron.
El gigante ya tenía listo el fuego cuando llegaron y Juan tuvo a su cargo terminar de limpiar la parrilla y colocar la carne.
La conversación comenzó con el estado del tiempo, continuó con un hábil interrogatorio a las invitadas para poder difundir el suceso en el pueblo al día siguiente. Felicidad y Cintia se mantuvieron en su declaración inicial a Juan de que eran alumna y profesora en viaje de estudios de arquitectura. Toto, Lili y el ojeroso disimularon cuanto pudieron el asombro de que esos edificios que habían visto sin ver durante toda su existencia justificaran la llegada de alguien a Coronel Pringles. Cada loco con su tema.
Una vez que todos dieron buena cuenta del asado, realmente exquisito y a punto, acompañado por un par de ensaladas, gaseosas y vino, Felicidad insistió en que deberían madrugar y le pidió a Juan que las llevara de regreso al hotel.
-¿Para dónde siguen ahora? preguntó ya a bordo del auto en el camino de regreso.
-Mañana vamos a Guaminí. Ahí hay un matadero y municipalidad y cerca, en Carhué, también. El matadero está inundado por la laguna Epecuén, dijo Felicidad.
-Si, sentí hablar, dijo Juan. Permanecieron en silencio hasta la llegada al hotel.
Se despidieron.
En el cuarto Cintia dijo:
-Me parece que ahora sí te lo pudiste sacar de encima.
-Eso espero.
La estación de trenes está a casi veinte cuadras del centro de la ciudad en el que se sitúa el hotel, y por eso pidieron a la encargada que viniera a buscarlas un taxi.
Un poco antes de las cinco de la mañana las despertaron. Se vistieron y abrigaron porque hacía frío y viento, cargaron sus bolsos y mochilas. El taxista parecía también recién levantado y no del todo despierto. Las llevó en su viejo Chevrolet Corsa hasta la estación de trenes Pringles.
El boletero no podía engañarlas con sus aires de trascendencia. Las dos sabían perfectamente que el tipo trabajaba cuatro horas por semana y que, probablemente, dos o tres mas, para cumplir con exigencias sindicales, estarían esperando para hacer el único movimiento de brazos o gesto ferroviario por los alrededores. Una vez que pasara el tren todo el equipo podría continuar con el sueño interrumpido hasta que amaneciera.
La estación estaba completamente vacía. Esperaron en la sala hasta que se oyó llegar el tren, compuesto de una máquina diesel y dos destartalados vagones.
La escena al subir no era menos desoladora, ya que el vagón iba sin pasajeros. Con pocas luces encendidas, ventanas semiabiertas, muchísimo frío.

tren roto ferrobaires.jpg

Cuando el tren se puso en movimiento aparecieron dos tipos flacos, con aspecto de paisanos, de edad indefinida y se sentaron un par de filas atrás de las mujeres. El olor a humo que exhalaban inundó el vagón.
Un poco inquietas al principio pronto se acostumbraron a su silenciosa presencia.
-Tenemos un par de horas hasta Saldungaray, donde hay algunas obras mas de Salamone.
Las dos se acomodaron para guardar calor corporal mientras el tren avanzaba lentamente. Seguramente durmieron un poco porque las despertaron los primeros rayos del sol. El andar seguía siendo tan flemático que daba la impresión de poder bajar a las vías y volver a subir con poco esfuerzo.
-¿Despierta ya?, dijo Felicidad.
-Si. Qué lindo paisaje. Ahora se ven sierras bastante altas, dijo Cintia. ¿Por qué era que el tren no pasa casi nunca por aquí o lo hace de noche?
-Porque el gobierno de la Provincia de Buenos Aires no puede hacer otra cosa. Como te decía el gobernador -no este en particular sino todos y cualquiera- es en la política argentina el principal rival natural del presidente. Conduce una provincia tan grande casi como Uruguay, España o Italia en superficie, en la que viven mas de la mitad de los argentinos. Tiene costa de mar y río, puertos, industrias. De hecho podría independizarse sin perder nada, al contrario, ganaría todo el dinero de impuestos que subsidia a la mayoría de las provincias pobres.
Ese tipo es elegido casi siempre al mismo tiempo que el presidente de la Nación y la mayoría de las veces son de la misma agrupación. Acá no se puede hablar con propiedad de partidos, porque lo único en que coinciden los que casi siempre gobiernan es en la forma de llegar al poder y luego de conservarlo, sin tener otras ideas comunes que ese mecanismo. Una vez en manos de las riendas pueden privatizar empresas, nacionalizarlas, hablar bien del marxismo o ser extremadamente liberales, según crean que les conviene en ese momento para el objetivo principal de gobernar haciendo negocios propios y enriquecerse a costa de los impuestos.
El gobernador de esta provincia podría ser el sucesor natural del presidente, porque si hace su política de manera que guste a la mayoría, seguramente tendría votos suficientes para lograrlo.
Pero tiene que hacer su gobierno al mismo tiempo que el presidente de la Nación, que no puede permitir que ninguno le haga sombra porque se dificultaría su propio mando.
Esto casi obliga al presidente a mantener al gobernador arrinconado. Las leyes de impuestos que sancionan las demás provincias que tienen mas legisladores porque los habitantes de las mas pobres valen casi dos o tres votos por cabeza por el sistema de conteo, la de Buenos Aires recibe menos dinero del que pagan sus propios habitantes y, siendo rica, se ve siempre forzada a mendigar.
El gobernador, al no poder “matar” al presidente, debe “morir” a manos de el. Entre las cosas que hacen los presidentes para que el gobernador no sobresalga está la reducción de obras públicas, limitadas siempre al mínimo y muy por debajo de lo que podría hacerse con los propios dineros de la provincia. Así fué que el ferrocarril quedó en manos de la provincia pero sin recursos para funcionar, y no funciona.
Los trenes corren de noche para evitar los accidentes. La mayoría de los cruces con rutas son a nivel, sin barreras. Habrás podido ver varios desde que salimos, tanto pavimentados como de tierra. Si anduvieran de día, con la indisciplina de los automovilistas y transportistas argentinos, habría un accidente por semana. No es que les quiten el sueño a los políticos los muertos o heridos. Eso es principalmente mala propaganda, otra cosa que suele manejar mejor el gobierno nacional y puede ser usado en campañas políticas contra el gobernador.
Todos los gobernadores de esta provincia aspiraron a ser presidentes de la Nación. Sólo uno lo consiguió hasta ahora, por casualidad y como interino. Pero la energía que pusieron unos y otros para prevalecer y contrarrestarse explica bastante el poco progreso de la provincia y de todo el país.
-Nunca había pensado eso. Vos me mostrás cosas que ni se me habían pasado por la cabeza, dijo Cintia.
-Me gusta la política. Siempre que puedo hablo de estas cosas con los alumnos del secundario. Ahora estoy un poco sola porque hay una corriente en las maestras y profesores jóvenes que creen que el mundo comenzó cuando ellos nacieron y no relaciona las cosas.
Habían pasado la estación Sierra de la Ventana y la vía hacía una curva hacia la derecha. Del otro lado corría un río con árboles en las orillas y aguas claras.
-¡Vamos chicas, acá se bajan! Dijo uno de los ahumados mientras se acercaba apuntándolas con un revólver.
En silencio, aprovechando el susto, les revisaron bolsillos, sacaron los celulares, mochilas y bolso. El otro metió los celulares en su bolsillo y ambos, a los empujones, las llevaron hasta el exremo del vagón.
-¡Les dije que se bajan!
Como ninguna tomaba la iniciativa el que no tenía el revólver las tiró a una y después a la otra. Ambas rodaron por el terraplén.
El tren todavía seguía su lenta marcha, alejándose, cuando pudieron ponerse de pie.
-¿Te rompiste algo? a Mi me duele el tobillo dijo Cintia.
-No. ¡Pero que hijos de puta! Ya me parecía que esos dos eran chorros. Deben trabajar de eso. Y nosotras tan boludas, dijo Felicidad.
-Ahora estamos sin plata, sin nada. ¿Que hacemos? dijo Cintia.
-Bajemos a la ruta. Alguno nos podrá alcanzar hasta Saldungaray que no debe estar lejos.
Terminaron de bajar el terraplén, saltaron el alambrado y llegaron a la ruta que corre paralela a la vía. Esperaron un rato en el que no pasó nadie y decidieron caminar, mirando de vez en cuando hacia atrás por si pasaba alguno.
En menos de una hora de caminata ya se veían las afueras de Saldungaray y el impresionante portal circular del cementerio, del que brota un Cristo de cemento que parece mas degollado que crucificado.
Siguieron hacia el cercano centro de la ciudad, con su municipio de Salamone también, sin saber muy bien qué deberían hacer.
Sobre la vereda de la municipalidad estaba estacionado el Duna blanco. Ninguna necesitó corroborar a quién pertenecía. Ahí estaba el infaltable Juan, esperándolas.
-¿Que hacen caminando, chicas? Las hacía por Guaminí.
Contaron el episodio, justificando el cambio de destino con una decisión de último momento.
-Si me lo decían antes, las traía yo. El tren es peligroso. Ahora si que no tienen mas remedio que hacerme caso.
Nunca les explicó muy bien qué hacía él ahí, pero aceptaron el ofrecimiento de transporte hasta Vedia y el préstamo de un poco de dinero para el regreso en ómnibus a Alberti.
En el viaje de vuelta Cintia se decidió a comunicarse con sus padres. Supo por la madre que después de su desaparición le habían aconsejado en la Comisaría de la Mujer que pidiera al juez una orden de no acercamiento para el primitivo de su marido y que finalmente se había decidido a hacerlo, por lo que el padre no podría volver a la casa antes de tres meses.
Pasaron un par de días juntas hasta que Cintia regreso a su casa, a su madre, y unos días después a España. No sé si a Nela también regresó.
Felicidad concluyó su licencia y sigue dando clases. Se comunica por correo electrónico con Cintia y está ahorrando para poder ir a visitarla.